“Me parece que siempre seré feliz allí donde no estoy”. Baudelaire
No lo vio. Juraría
que su deslizador estaba en la posición de conducción automática, pero no trazó
la curva que dibujaba la calle y terminó contra un grupo de árboles CoDos. No sabía qué podía haber fallado.
No había visto cómo su deslizador había recibido una serie de órdenes que
hicieron variar el conmutador de conducción automática a manual. No podía
moverse. No oía, ni siquiera su propia voz llamando a su mujer y a su hijo.
Intentó mover la cabeza para buscarlos, pero sólo podía agitar sus ojos. No
sentía su cuerpo y notaba cómo su visión se teñía de tonos rojos. Tampoco vio
al hombre que se acercó a él ni sintió cómo le colocaba el dedo en la yugular. Pero
sí sintió cómo le sujetaba la cabeza, y cuando creyó sentir el consuelo de la
ayuda, un violento tirón hacia atrás apagó su vida.
Patricia nunca había
simpatizado con Joseph Coleman. Le consideraba un niñato maleducado,
irresponsable y ventajista que utilizaba su parentesco con el director del
Memorial Union Institute para chantajear a todo el personal. Por suerte apenas
coincidían más que unos instantes en los cambios de turno, suficientes para que
el chico mostrara todo su encanto. Por eso, la posibilidad de que fuese él quien
había visto el video de Horatio la inquietaba.
―No te preocupes, no
es más que un chiquillo mimado. ¿Qué podría hacerme? ―le quitó importancia
Zach―. Por lo que cuentas no hay nada por lo que deba preocuparme.
―No me fío, Zach. Ese
muchacho es un mal bicho. Es retorcido y estoy segura de que, si era él,
intentará sacar provecho de lo que ha visto.
La puerta de la sala
se abrió, sorprendiéndolos.
―Patricia, ¿qué haces
aquí? ―dijo el señor Coleman sin dejarles tiempo para reaccionar―. Es igual,
iba a llamarte de todas formas para que vinieras. ¿Has visto a Joseph? ¿Dónde
se habrá metido? Éste era su turno. Y tú, ¿quién eres? ―finalizó, enfrentando
su mirada a la de Zach.
―Es… un amigo ―afirmó
Patricia tras vacilar al recordar que en su nueva identidad había eliminado
cualquier vestigio de descendencia―. ¿Para qué querías que viniera?
―¿Un amigo? No sabía
que tenías un novio mucho más joven que tú ―añadió Coleman con una sonrisa en
los labios―. Y tan vivo, pensaba que te gustaban un poco más rígidos.
―Amigo, es un amigo,
no es mi novio.
―Vale, lo que quieras.
Pero ya sabes que no me gusta que mezcléis lo personal con el trabajo. ―Una
sonrisa irónica de Patricia le hizo evitar el tema―. Vamos a tener mucho
trabajo. No sé qué demonios ha pasado hoy, pero parece el fin del mundo. Los
restos de los orfanatos…
―¿Los? ¿Has dicho
“los orfanatos”? ―dijo Zach.
El señor Coleman
cerró la boca al recordar la presencia del extraño.
―Lo siento, Patricia.
Él no puede estar aquí. Debe irse.
Patricia se acercó a
besar a Zach, ante su sorpresa, que continuó cuando le dijo: «Y no seas tan
impaciente como siempre. Cuando te llame, espera a oírme».
―Sí, los orfanatos
―prosiguió el señor Coleman, cuando se cercioró de que Zach se había ido―. Sólo
el de Saint George está en nuestra zona, pero los otros dos…
—¿Otros dos? —le
interrumpió Patricia dejando de manipular su InCom.
—Sí, no están en
nuestra zona, pero ésos no han sido arrasados, hay cientos de cuerpos y las
discriminadoras de sus distritos no dan abasto. Y además lo de los militares, y
toda esa gente… —continuó Coleman como si estuviera medio ido—. Bueno, es
igual, Patricia. Todo lo que necesitas saber es que nos van a desviar cientos
de cuerpos de esos dos orfanatos aparte de los de los militares y todos,
absolutamente todos son por causas no naturales. Desactiva los protocolos de
análisis de PEPO y acelera el proceso de discriminación. Nada de
conversaciones, Patricia.
—¿Desactivar los
protocolos? Pero eso… eso es… muy irregular, señor Coleman. El reglamento
especifica que nunca se puede…
—¡A la mierda el
reglamento, Patricia! —la interrumpió alterado—. Es una orden. No es
discutible, ¿sabes? No es una situación normal, es una orden del tío que se mea
encima del que escribió el puto reglamento, así que desactívalos…
Una vibración de su InCom detuvo a Coleman.
—¿Dónde coño estás,
Joseph? —gritó al aparato mientras se apartaba de Patricia—. ¡Me la suda lo que
tengas que contarme! ¡Ven aquí inmediatamente!
Un sonido conocido
para Patricia la metió en su rutina de trabajo. James, otra vez James. Había
elegido un mal día para volver a atascar el torno de entrada. Bajó furiosa.
—¡James! ¿Cuándo vas
a aprender a hacerlo bien? ¡Es sencillo…! —gritó—. James, ¿qué te pasa?, ¿estás
llorando?
El muchacho miraba el
torno donde el cuerpo de un adolescente, colocado en la posición incorrecta, había
bloqueado el acceso. El chico parecía gimotear mientras sus hombros y su pecho
se movían espasmódicamente pese a sus esfuerzos por evitarlo.
—No pasa nada,
pequeño —dijo Patricia arrepentida—. Ya lo harás bien la próxima vez.
—No es eso…
Patricia miró a su
alrededor y descubrió otros dos cuerpos, un hombre y una mujer que esperaban su
turno para atravesar el acceso.
—Tú… tú… ¿les
conocías?
—No… bueno, sí
—respondió James gimoteando y con la mirada fija en el pequeño cuerpo
atascado—. Nunca le había visto, pero cada tarde jugábamos on-line al Legends of Tuna.
Pero ayer no estaba. Le mandé mensajes para que se conectara. Incluso le llamé
a su InCom, no solía hacerlo, sólo
teníamos nuestros identificadores de InCom
para cuando queríamos coordinar ataques on-line,
o para una emergencia como un ataque por sorpresa de algún clan y uno de los
dos estuviéramos desconectados, y ésta lo era, pero me contestó un policía. Le
habían encontrado muerto junto a su familia, en su casa. Al parecer, un error
en los sistemas de ventilación había extraído el oxígeno de la casa hasta
asfixiarlos. No le había visto hasta hoy, pero era lo más parecido a un amigo
que nunca hubiera tenido.
Entonces apartó la mirada
y se abalanzó sobre Patricia, abrazándola y hundiendo su cabeza en su hombro,
con un llanto libre y sin control, mientras ella no supo hacer otra cosa que
acariciar su cabeza y besar su mejilla.
La vibración de su tecpad rompió el abrazo. “Accidente por uso indebido de un elevador
en vivienda”. Debía darse prisa, otros tres cuerpos le esperaban.
La oscuridad siempre
jugaba a su favor. No la necesitaban pero la buscaban. La sola presencia de sus
sombras era capaz de aterrorizar a cualquiera en los subterráneos de la
colmena, pero las últimas misiones en el exterior le estaban dando vida. Miró a
Death y supo que compartía ese sentimiento. Le admiraba y estaba orgulloso de
ser uno de sus ángeles. Y ahora los militares. Les habían pateado bien el culo.
Aunque lo importante sería lo que vendría a partir de entonces. Se acabarían
las misiones en los subterráneos y algo mucho más grande les esperaba. Ahora
servían al más poderoso, pero dentro de poco las cosas cambiarían y ellos
serían los más poderosos. Lo sabía. La mirada de Death se lo decía, pero
también le decía que no habían terminado el trabajo. Las órdenes eran claras: sin testigos, sin supervivientes. Los
miembros de su escuadrón recibieron a través de los intercomunicadores de sus
cascos la orden precisa y se lanzaron hacia su objetivo. No parecía que allí
hubiera el menor atisbo de vida, pero las órdenes no entienden de apariencias.
En cada cuerpo que encontraban, como si se tratase de un ritual, descargaban
tres disparos, dos en el pecho y uno en la cabeza, sin excepción, independientemente
de que se tratase de cuerpos mutilados como el de la enfermera Helen, o de cuerpos
semienterrados, como el doctor Tallard o que parecían dormir plácidamente, como
Elizabeth Perkins. En menos de media
hora hicieron su trabajo, rematando a la muerte en la oscuridad alumbrada por las
luces de sus cascos.
Tan sólo encontraron
un hálito de vida. Robert no podía moverse. Tras la explosión algo le había
golpeado la espalda y le había dejado tirado en el suelo. En aquel momento
deseaba estar unos días atrás en los que su memoria no recordaba.
Paradójicamente ahora lo recordaba todo, ahora que no quería recordar, que
sabía que iba a morir, no quería tener todos esos recuerdos, mataría por
recuperar su memoria vacía, que le permitiera ser ignorante de todo lo que iba
a perder y, sobre todo, de todo lo que había dejado escapar en su vida. Pensó
en su hijo. En aquel recuerdo que habían insistido en grabarle y que no podía
sentir como propio. Aquellas pequeñas manos y esos pequeños pies, sus ojos
cerrados, su apariencia de debilidad y su primer llanto que le llenó de
alegría, de vida. Oyó ruido, alguien se acercaba. No se esforzó en pedir ayuda,
sería inútil, sabía que era el final. Eligió utilizar sus últimas fuerzas en
pronunciar el nombre de su hijo. Y entonces su memoria se borró definitivamente.
‹‹¿Y ahora qué?››
—Será mejor que no
malgastemos nuestros poderes, Nicole.
—¿Poderes? Así que ya
sabes lo que son. Poderes. ¿Qué somos? ¿Superhéroes, Sam? Pues yo no me siento
precisamente como si fuese Catwoman
—ironizó Nicole.
―Bueno, realmente Catwoman no tiene poderes, no se la
podría calificar de superheroína…
―¡A la mierda Catwoman, Sam! ¿Qué nos pasa?
—No sé cómo llamarlo,
sólo sé que cada vez que lo utilizamos me debilito.
—Entonces, ¿ahora
qué, Sam? ¿Así mejor?
—¿Qué de qué?
—¿Qué hacemos en este
tren? ¿Dónde vamos? ¿Esperamos a estrellarnos o apretamos ese maldito botón
rojo para bajarnos? —gritó Nicole.
—No lo sé, Nicole.
—Se suponía que tú
deberías saberlo, tú lo empezaste, ¿no? Tú conectaste conmigo. ¿Qué hiciste?
¿Despertarme? ¿Darme poderes? Dices que me conocías, de siempre. ¿No lo sabes
todo?
—No… No lo sé. No sé
nada, Nicole… No puedo pensar…
—¡Pues piensa, Sam,
piensa! Agita tus manos y teletranspórtanos
o dame el poder de volar para irme de aquí, hacia arriba, muy arriba hacia la
noche, mi noche llena de estrellas, para alejarme. Lejos, muy lejos. Buscar el
mar, mi mar y mi atardecer, pero no el que está grabado en mi memoria, sino el
que me hace sentir de verdad, el que me emocionaba y me hacía llorar.
Y cuando parecía que
iba a golpearle, Nicole rompió en un llanto y se lanzó a sus brazos.
―¿Y cómo sabes que
ese recuerdo es tuyo, Nicole?
―¿Qué…? Porque lo sé.
Es mío, tiene que ser mío. ¿De quién va a ser si no?
―Ese amanecer, tu
amanecer, el que mostró en la pantalla Stein cuando nos hizo aquello no me
resultó extraño. Ya lo había visto, estaba en mí.
―No, no puede ser, es
mío, sólo mío… ¿Qué nos han hecho, Sam?
—No lo sé, Nicole. No
sé nada. Parece que lo sé todo. Millones de recuerdos recorren mi cabeza, recuerdos
que no son míos pero que parecen que lo son. Debería saberlo todo, pero no sé
nada. Necesito descansar. Necesito no pensar en nada para poder pensar.
Abrazó con fuerza a
Nicole contra su cuerpo, sentados en aquel vagón, al igual que sentía haber
hecho miles de veces antes y le besó suavemente
la mejilla y entonces a Nicole no le quedó ninguna duda de que ella
también le conocía de antes.
Viernes, 6 de agosto de 2004
Hoy hemos ido a ColdStone como cada domingo, aunque hoy
hemos estado mucho más tiempo. Los padres han tardado mucho en volver y cuando
lo han hecho parecían preocupados, pero no nos ha importado, porque Marie no ha
parado de darnos batidos. Me duele la tripa de beber tanto. Cuando nos hemos
ido ya era de noche y al llegar a casa mamá le ha echado la bronca a papá por
llegar tan tarde y no avisarla ni responder a sus llamadas, pero él no le ha
hecho caso y ha vuelto a salir de casa en cuanto hemos entrado por la puerta.
Pero lo más importante del día ha sido que cuando estaba en ColdStone, Nikko se
me acercó y me dijo: «Sam, me gustaría que todos los días fuesen domingo» y me besó
en la mejilla. Tan sólo quería escribirlo para que nunca se me olvidara.
Su padre era un
mediocre, pero él no. Él llegaría lejos. Lo sabía. Sólo era cuestión de esperar
su oportunidad y ésta ya había llegado. Esa estúpida de Patricia y el hombre
que la acompañaba se la habían servido en bandeja con el video que visionaron.
Nada más verlos supo que era su oportunidad y lo grabó todo en su InCom. Había intentado compartirlo con
su padre, pero, cómo no, a él únicamente le importaba recriminarle que hubiera
abandonado su puesto en aquel estúpido trabajo. Pero no le importaba, el
desprecio de su padre le había abierto los ojos. Aquello era suyo, lo que había
estado esperando. De sobra sabía quién llamaba a su padre cuando se escondía para
hablar y de dónde llegaba el dinero que pagaba todos sus vicios. Y ese nombre
también aparecía en el video. Ya era hora de dar un golpe sobre la mesa. Vería
a ese hombre y le insinuaría dónde irían a partir de entonces todos los ingresos,
multiplicados por cuatro.
Zach había salido
contrariado del Memorial Union Institute por no conocer la información de la
que disponía Coleman y confuso por la actitud de su madre. «Y no seas tan impaciente como siempre cuando te llame, espera a oírme».
La vibración de su InCom no le dio
tiempo a pensar sobre ello. No oía nada, ni un murmullo. Estuvo a punto de
colgar y lo habría hecho de no volver a recordar las palabras de Patricia. Un
instante después oyó la voz de Coleman dirigiéndose a su madre.
Consultó los canales
de noticias. Nada. Ni de orfanatos, ni de militares ni de muertos de ningún
tipo. Incluso habían restringido el acceso a las noticias sobre el suceso del
Saint George que estaban por todas partes unas horas antes.
Quizá su madre
tuviese razón y sí debería preocuparse por la posibilidad de que alguien
descubriese que conocían la información que contenía el video de Horatio.
«Encuéntrame en ColdStone. Y esta vez, procura tener las
manos quietas».
Zach se preguntaba
qué tipo de cita era ésa y a quién iría dirigida. ColdStone. No podía imaginar que tendría que ver en todo eso la
heladería a la que acudía de niño con Sam y su padre. Era todo un ritual. Cada
domingo los tres salían de casa y al llegar allí atravesaban las puertas que los
introducían en el paraíso. Corrían a la mesa del fondo y esperaban a la
camarera que directamente llevaba a Sam una gigantesca tarta de queso, mientras
él prefería hacer en cada visita combinaciones diferentes de distintos sabores
sobre el mármol.
Ellos devoraban sus
delicias mientras su padre les decía que se portaran bien, que no tardaría y
atravesaba siempre la misma puerta, la "puerta de los padres", como
la bautizaron todos los niños que atestaban el local, con los que jugaban, intercambiaban
cromos o veían episodios de sus dibujos animados favoritos. Si había suerte y
los padres tardaban en atravesar de vuelta la puerta, la camarera los premiaba
a todos con batidos de vainilla.
Esto es una muestra. Podremos acabar de leer el capítulo en cuanto se publique la novela MEMORIAS DEL PORVENIR, que próximamente saldrá a la venta para recaudar fondos en beneficio de la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA. Disculpa las molestias. Gracias por tu comprensión.
Enorme capítulo Jorge. Como ya te comenté me pareció muy curioso que el capítulo comenzase de forma tan inquietante y trágica y acabase con esos toques de humor que tan bien manejas. Bueno, eso era antes, porque ahora has demostrado que manejas a la perfección el misterio y la intriga también. El capítulo está muy bien escrito, en la línea de toda la novela ¡Menudo plantel de escritores tenemos en el proyecto! Pero además, con tu capítulo se explican varios asuntos que era algo que se hacía necesario. Yo, leyéndolo, veo ahora las cosas más claras y entiendo mejor la novela. Y también hay alguna sorpresa muy buena que no diré por aquí por si alguien me lee.
ResponderEliminarTu relato ha sido muy inspirador para mí porque, aunque aún no es mi turno de ilustrar, varias ideas se me han aparecido en la cabeza como futuribles ilustraciones, si el capítulo de Chus me lo permite, y también para la portada. Pero no todo van a ser flores, también hay un pero. Ojo SPOILER: El detalle del pedo no me convencía mucho. En realidad sí me gusta y la escena es graciosa, y está bien resuelta con Milú autoculpandose al final, pero no la veía muy clara entre estos dos personajes y en esa situación. Pero esto sólo es un detalle, en general el capítulo es muy bueno. Enhorabuena.
Muchas gracias. Tico. Me alegro mucho de que te haya gustado y que te pueda servir de inspiración. Respecto a lo demás, ya sabes que al final siempre me puede la tontería. Pretendía humanizar un poco a los personajes, reivindicar que puede pasar el tiempo, nos pueden controlar todas las corporaciones que surjan, pero ayer, hoy o mañana, un pedo, siempre será un pedo.
EliminarUn abrazo
Tremendo capitulazo, Jorge. Dinámico a más no poder en parte por esos diálogos tan estupendamente gestionados, en parte por tu forma de narrar las escenas. Tu capítulo es como un baile perfectamente ejecutado. Hilado con tal maestría que se acaba en un suspiro y te deja con ganas de más.
ResponderEliminarEnhorabuena :)
Muchas gracias por tus palabras, Elena. Temía que la continuación a tu magnífico capítulo pudiera no gustarte. La cantidad de ideas que destilaste en él, me han facilitado mucho las cosas para poder inspirarme, a la vez que han constituido todo un reto.
EliminarUn abrazo
¡Qué pasada de novela está quedando! Muy buen capítulo Jorge. A mi, personalmente, y para llevarle la contraria a Tico (espero que no se enfade conmigo) me gusta lo del pedo. Esos pequeños toques de humor son geniales para quitar tensión y dar un respiro al lector entre tanta intriga y tanto ¡ay!. Y tu tono de humor es genial. Felicidades.
ResponderEliminarEso sí , hay un detalle que al leerlo, me ha sonado un poco raro. No sé si es un SPOILER o no, pero yo lo digo por si acaso. ¿Vale? Se trata de la conversación de Allison con Zach. Si no recuerdo mal, la última vez que se encontraron, Zach mintió en su nombre (mantenía su su identidad falsa de camarero, que defendía en el MS) y aunque los dos sabían la verdad, no lo dijeron abiertamente ¿cómo es que ahora Allison lo llama por su nombre y él ni se inmuta?
Pero, bueno, ese es solo un detalle. La verdad es que el capítulo me ha encantado.
¡Cómo me voy a enfadar por eso Olga? Pero recuerdo que no es la primera vez que me llevas la contraria en algo similar, recuerdo un relato de Mariola en Surcando Ediciona. Yo no me enfado pero no se me olvida. Pero sin rencor eh? De buen rollo ¡Pero que no vuelva a ocurrir!
EliminarAh, gracias por el detalle que apuntas. Ya lo he trasladado al grupo de revisión global para su debate.
EliminarMe a pasado mismo que a olga. Pero creo que tiene facil solucion... Un buen capítulo. Apertas
ResponderEliminar¡Capitulazo! Me ha gustado muchísimo. Le has dado un aire fresco a la trama con esos toques de humor y al mismo tiempo has introducido unos acontecimientos que mantienen la tensión y enganchan al lector. Un gran escritor eres, sí señor. Un placer compartir este proyecto contigo.¡Un abrazo Jorge!
ResponderEliminarCada vez se pone mejor esta trama. Es muy intrigante lo que planea Joseph hijo, la carrera tras SAM está de película. Espero que Zach no caiga en la trampa de Allison, parece que ya sospecha. Pensar que antes no era ella y que no recuerde el nombre de su hija Maggie, le añaden más expectativas e interrogantes a esta super ficción. Enhorabuena a su autor, Jorge Moreno.
ResponderEliminarMe ha encantado! Cada palabra está tan cuidada, tan detallada, el momento descrito de la heladería ha sido fantástico, y que decir del nuevo encuentro de Allison y Zach. Cada escena esta repleta de sensaciones minuciosamente descritas. Felicidades Jorge!
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