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“Dios no juega a los dados”. Albert Einstein
El viejo jeep militar avanzaba toscamente sobre
el camino de tierra, levantando estelas de polvo a su paso. El motor rugía
fuertemente. De vez en cuando alguna piedra salía despedida por el peso de los
neumáticos. Los continuos baches zarandeaban a los dos ocupantes del vehículo.
Uno de ellos se giró y observó cómo los dos bidones de gasolina se desplazaban libremente
de un lado a otro en la parte trasera del auto.
—No entiendo por qué
tenemos que ir en este cacharro contaminante y apestoso. Sería mejor haber
cogido el translider.
—Son
órdenes, soldado. Nuestro destino es alto secreto y nuestra ruta no debe constar
en la red. Además, allá a donde nos dirigimos no ven con buenos ojos los
deslizadores, prefieren los vehículos a la vieja usanza. ¿Cómo está el paquete?
—Listo
para la entrega. Sedado o muerto, porque sigue inmóvil en su manta con tanto
traqueteo.
—Bien,
agárrate fuerte, viene una curva.
El
soldado Jensen no tuvo tiempo de reaccionar y su cabeza dio contra la barra
antivuelco mientras el sargento daba un volantazo hacia la izquierda.
En
los asientos de atrás, el cinturón de seguridad impidió que el paquete saliera disparado.
Los bidones del maletero realizaron una danza frenética hasta que uno de los
dos volcó.
—Lo
siento —dijo el sargento Torres. Luego soltó una gran carcajada.
—A
mí no me hace gracia —se quejó Jensen, mientras se frotaba la frente dolorida.
—No
me río de ti. Es la emoción de conducir. Hacía años que no la sentía.
—Sí,
claro, con su peligro de estrellarse y de explotar. Muy excitante.
—Tú
no lo entiendes. Eres demasiado joven. Mira, ésta es la entrada.
A
la derecha se abría un pequeño camino de tierra lisa y firme. El sargento tomó
la curva como lo haría un piloto experto. Tiró del freno de mano y pisó el
freno y el acelerador a la vez. La rueda trasera derrapó y salpicó de tierra el
cartel que rezaba “Orfanato de Saint George”.
El
auto recorría un estrecho sendero de tierra, sobre un terreno yermo que, a ambos
lados del camino, iba salpicándose de brotes de hierba por aquí y allá, primero
espaciados pero pronto concentrados en pequeños cúmulos. Más adelante, la
vegetación se espesó y el terreno se vio cubierto de un manto verde del que
sobresalían matorrales espinosos y árboles de todo tipo. Algunos franqueaban el
camino. Algunas ramas demasiado cercanas golpeaban las ventanillas del jeep.
—¿A
quién se le ocurre instalar CoDos en
un lugar tan apartado de la civilización como éste? —se quejó el soldado
Jensen.
—A
nadie —contestó el sargento Torres—. Son árboles de madera.
—No
joda ¿son auténticos? ¿de los que salen de una semilla?
—Los
mismos.
Jensen
sacó rápidamente su InCom, dispuesto
a sacar una fotografía.
—Pero
¿qué haces, soldado? ¿No ves que estamos en misión secreta? ¡Apaga eso, coño!
—Lo
siento, señor —dijo guardándolo en su
bolsillo— me dejé dominar por la emoción. No veía uno de esos desde que era
niño.
—Eso
será más bien hace poco, ¿no? —dijo el sargento Torres soltando una risotada.
—No,
señor —replicó enfadado Jensen—. Ya tengo catorce. Hace uno que cumplí la
mayoría de edad y desde entonces sirvo al ejército de la Corporación. Aunque
usted me considere un niño, soy tan hombre como cualquiera.
—Vale,
vale, no te mosquees conmigo. Tienes que entenderlo: en mi época no éramos
hombres hasta los dieciocho.
—Lo
sé. En la academia virtual estudiamos Historia del Sistema Antiguo. ¿Y sabe?
Fue, en parte, la baja productividad de los ciudadanos junto, claro está, el
agotamiento de los recursos naturales y ese sistema estructural corrupto y mal organizado
los que provocaron el Caos Social del 2014. Suerte que la Corporación asumió el
mando.
—Suenas
como si te hubieras aprendido demasiado bien la lección. Mira, te daré un
consejo: no te dejes engañar por lo que leas en los RNA holografs. Este sistema actual también tiene sus fallos, como
todos. Toda colmena, por muy organizada que esté, esconde siempre unos
subterráneos.
El
Sargento Torres suspiró mientras daba el último giro.
—No
creo que volvamos a cometer los mismos errores, señor.
—Los
mismos no; otros nuevos quizás. Mira, allí está el orfanato.
Ante
ellos se alzaba una antigua mansión del más puro estilo victoriano, con tejados
puntiagudos y un portal franqueado por enormes y altísimas columnas.
—¡La
ostia! ¡Es tan…!
—Cuida
tu lenguaje, soldado, sobre todo cuando entres ahí, o te darán una patada en el
culo. Esa gente es muy estricta. Y ahora quiero que vayas allí y preguntes por María.
La quiero aquí en un minuto ¿Entendido?
—A
la orden.
El
soldado Jensen se acercó al portal tranquilamente, pero una vez allí se mostró
dubitativo y volvió corriendo al coche.
—Lo
siento señor, pero no hay identificador manual, ni reconocimiento de voz, ni
analizador de retina. No sé cómo se abre esa maldita cosa que hace de puerta.
—¿Y
has probado a darle al timbre?
—¿Timbre,
señor?
—Sí,
¿Qué pasa? ¿De niño nunca fuiste de vacaciones al pueblo de tus abuelos?
—No
conocí a mis abuelos, señor. Fui criado en la colmena.
—Está
bien. Busca un pequeño botón cuadrado en un lateral de la puerta —dijo Torres
resignado.
—¿Cuál?
—¡Yo
qué sé cuál! Tú prueba los dos. Cuando lo encuentres, tienes que poner tu
huella digital sobre él. Eso sí, aprieta fuerte por si acaso. Eso seguro que
funcionará—dijo el sargento con una sonrisa medio escondida.
El
soldado, poco convencido, echó a correr hacia el caserío. De nuevo frente a la
puerta, se estiró el uniforme de camuflaje color tierra y se peinó con las
manos. Estaba claro que quería dar una buena imagen de sí mismo, inconsciente
de la visión cómica que ofrecía al inspeccionar el lindar de la puerta y manosear
toda la pared de arriba abajo. El sargento, cómodamente desde su asiento,
sonrió. “Tanta evolución” pensó “y tanta tecnología para llegar a esto”.
Jensen
encontró, por fin, la maldita cosa, que no era cuadrada sino redonda, y tras
asegurarse de que su pulgar estuviese bien centrado y su huella pudiese ser
analizada sin problemas, la apretó con todas sus fuerzas. Pero nada de lo
esperado ocurrió. Sonó un potente ring
y el soldado, asustado, dio un salto para atrás. Inmediatamente, la sonora
carcajada del sargento Torres llegó hasta sus oídos. “Vaya, el jefe se ha levantado
hoy con ganas de reír” pensó, “lástima que no comparta su sentido del humor”.
La
enorme y quejumbrosa puerta de madera se abrió lentamente y tras ella apareció la
encorvada y diminuta figura de una anciana vestida con un conjunto gris.
—Busco
a la señora María —dijo Jensen mirando extrañado aquella cosa que la mujer llevaba
en la cabeza—. Tenemos una entrega.
—Me
llamo Sor María, no señora. Soy una monja. ¿Es que acaso no ves el hábito?
Parecía
que hoy todo el mundo se había levantado con el pie izquierdo y Jensen empezaba
a perder los nervios. El sargento aprovechaba cualquier ocasión para mofarse de
él, y ahora la anciana le hacía unas preguntas a las que no tenía respuesta.
¿De qué hábito le hablaba?
—Per…perdón
—contestó, acallando sus pensamientos—. Lo siento, pero tengo instrucciones de
que me siga.
Sor
María, sin prestarle atención, empezó a andar por su cuenta hacia el jeep. Jensen se apresuró a seguirla,
alcanzándola solamente cuando ella ya podía tocar el coche con su mano. Para
entonces el sargento Torres ya sostenía el paquete entre los brazos.
—¿Por
qué lo lleva tapado? ¿No estará defectuoso?
—No
—contestó Torres abriendo la mantita—. Como puede comprobar es un huevo en
perfecto estado.
—No
lo llame así. Es un bebé, una criatura del señor.
—Le
aseguro que este niño no ha sido creado por él, señora, es hijo de un
laboratorio. Lo he visto con mis propios ojos —mintió el sargento.
—¿Le
han implantado bien los recuerdos?
—Sí.
Aquí tiene el cristal video-gráfico con todos.
—Espero
que sea cierto. Me niego a volver a pasar por ello. Estoy demasiado mayor para
soportar las insubordinaciones de otro niño descarado y maleducado que se pasa
el rato dibujando naves y otras maquinarias infernales dentro de mi
congregación. Aquí somos gente religiosa, sargento. Todo lo que concierne a sus
vidas blasfemas no nos interesa.
—Pero,
hermana, aunque se empeñen en evitarlo, ustedes también forman parte del mundo
actual —dijo categóricamente Torres.
Era
evidente que le disgustaba esa mujer o, más bien, lo que representaba. Jensen,
en cambio, no salía de su asombro, sorprendido por su indumentaria, de la que
destacaba sobremanera el crucifijo que colgaba de su cuello, y que le tenía
desconcertado. ¿A quién podría gustarle llevar un hombre torturado de adorno encima?
—Sí,
de un mundo echado a perder, donde no hay moralidad ni se respeta la naturaleza;
donde jugamos a ser dioses antes siquiera de aprender a ser humanos —contestó amargamente
la monja mientras le echaba una mirada despectiva al muchacho.
El
sargento Torres decidió no responder a esa provocación y ahorrarle un mal trago
al joven soldado. Sus órdenes eran simples y claras: entregar el paquete y
largarse. Abrió la puerta del conductor y se sentó a la vez que indicaba a Jensen
con un leve movimiento de cabeza que ese era el momento de partir. Pero la
anciana sujetó rápidamente la puerta impidiendo que pudiese cerrarla.
—¿No
tiene nada más para mí?
—Sí,
claro —dijo el sargento abriendo la guantera—. Aquí lo tiene. Su mundanal
cheque de Farmacón, firmado y listo
para cobrarse.
La
anciana agarró fuertemente el pequeño documento digital de la mano de Torres,
mirándole desafiante.
—No
pretendo que ustedes lo entiendan, pero aquí ofrecemos cobijo a un montón de chiquillos
que hemos rescatado de los subterráneos de sus colmenas. Somos su única
esperanza de salir adelante y esto —dijo sacudiendo la mano con el cheque —es todo
con lo que contamos después de que la Presidencia de la Corporación decidiera
acabar con la poca humanidad que nos queda, declarándose enemiga de la fe y quitándonos
todas las subvenciones.
—Qué
tenga un buen día, sor María —dijo el sargento cerrando la puerta y arrancando
el motor.
—Y
que Dios se apiade de sus descarriadas almas —contestó la monja.
El
motor rugió con fuerza mientras Torres hacía girar el jeep bruscamente para iniciar el camino de vuelta a la base. Jensen
no pudo evitar preguntar:
—¿Por
qué ha dicho eso… de las almas?
—¿No
tuviste la asignatura de religión en la academia?
—No,
los cultos y creencias son privados y no se dan en ninguna escuela oficial de
la Corporación.
—Pero
¿qué os enseñan en esa academia?
—Todo
lo que hace falta saber para ser un buen ciudadano, defender a la Corporación y
apoyar el Nuevo Sistema.
—Sí,
ya, eso estaría bien como lema para un anuncio. ¿Y en Historia del Sistema Antiguo?
¿tampoco os contaron nada sobre religiones en esa asignatura?
—Si
se refiere a eso, un día nos hablaron de las sectas del siglo XX, de cómo
potenciaron el racismo y provocaron guerras.
—Ahí
lo tienes. Ella pertenece a una de esas sectas,
es una cristiana católica.
—¿Seguidora
del Vaticano?
—Eso
mismo. Pero no de la red de capillas 3D del Vaticano virtual, sino de la fe cristiana
antigua. Por eso viste y se comporta así. Los que son como ella creen que sus
reglas nos incumben a todos, seamos seguidores de su culto o no. Sor María está
convencida de que, por lo que hacemos, cuando muramos, nuestras almas
inmortales se quemarán eternamente en el infierno.
—¿Las
nuestras?
—Las
de todos.
—¿Y
nosotros qué creemos?
—Nosotros
somos soldados. No creemos en nada. Solo obedecemos órdenes.
Zach
no podía creer lo que oía. Veinticuatro horas. Llevaba veinticuatro malditas
horas aguantando todo tipo de cuestiones sobre la identidad de Arthur Carter:
sobre su infancia, su memoria, su estilo de vida, su trabajo, su orientación
sexual. Veinticuatro larguísimas horas siendo sometido a todo tipo de test
psicológicos, de lógica, de nivel de integración, de estrés, de interpretación
de imágenes, de resolución de problemas, de secuencias numéricas. Veinticuatro
insoportables horas defendiendo con uñas
y dientes su enfermedad e identidad falsas ante ese desfile inagotable de
enfermeros y celadores que le pegaban electrodos en el cuerpo, que le pinchaban
para analizar su sangre, que le mantenían despierto, sediento y hambriento.
Veinticuatro horas de inquisitorial humillación en la que no le dejaron solo ni
un segundo, teniendo que pedir permiso incluso para ir al baño y viéndose
obligado a mear bajo la mirada atenta de uno de los vigilantes.
¿Veinticuatro
horas de tortura para eso? No, no podía ser.
—Por
lo que sabemos, señor Carter, usted solo tiene unos pequeños síntomas de
amnesia selectiva debido al estrés. Hablaré con su médico de cabecera y le
recomendaré que le recete algunos medicamentos.
Zach
no daba crédito a sus ojos, irritados por la falta de sueño, pero creía
adivinar una sonrisa triunfante escondida tras esa afirmación.
La
doctora Bradley se balanceó juguetona en su sillón.
¿Era
quizás eso? ¿habían descubierto su farsa? Intentó recordar en qué momento pudo
cometer un error, pero tenía la cabeza embotada.
Volvía
a encontrarse en el punto de partida, de vuelta en el despacho de la doctora,
como si un maldito día entero hubiese desaparecido de su vida, observando
impotente cómo su única oportunidad de ser ingresado en el Memory Shelter se
desvanecía.
Pero
no se daría por vencido, no tan fácilmente. No había arriesgado su vida y la de
Horatio para que la sexy doctora Bradley lo echara a la primera de cambio.
—Pero,
doctora, estoy asustado. No me acuerdo ni de cómo llegué aquí —insistió.
—Lo
siento, pero nuestro centro está reservado para casos graves de Maugé. Ya se lo
he explicado, lo suyo es diferente. Entiendo que pueda confundir los síntomas y
su malestar es comprensible. Pero no puedo hacer nada por usted.
La
doctora mentía, de eso no cabía duda. Por el ángulo que adquirían las comisuras
de sus labios cuando intentaba sonreír, era evidente que su pensamiento no
acompañaba a sus palabras.
—Le
recomiendo que se tome un descanso y deje su trabajo por un tiempo. Coja unas
vacaciones virtuales, no sé, visite las pirámides de Egipto, haga turismo… Es
lo único que puedo decirle —dijo levantándose de su asiento—. Ahora me temo que
me espera una reunión urgente. Si no le importa, le acompañaré hasta la puerta.
Esto es una muestra. Podremos acabar de leer el capítulo en cuanto se publique la novela MEMORIAS DEL PORVENIR, que próximamente saldrá a la venta para recaudar fondos en beneficio de la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA. Disculpa las molestias. Gracias por tu comprensión.
¡Qué capitulazo, Olga! Ya te lo he dicho varias veces, pero te lo repito por acá también. Un lujo trabajar contigo. Este capítulo es una muestra de creatividad, dominio narrativo y mucha pasión por la escritura. Si con esto no enganchamos a los lectores para que lean los 8 capítulos restantes, entonces nada sería capaz de hacerlo.
ResponderEliminarQuerida Olga, he leído tu texto con sumo cuidado ya que lo debo continuar. En él hay muchísimas ideas para seguir desarrollando la trama. Y le has añadido ese puntito de humor que estaba haciendo falta. Se intuye un trabajo de fondo fantástico. Gracias.
ResponderEliminar¡Vaya, vaya!, congelación de sueldos, monjas que recogen niños, sistema sanitario e información oculta, situaciones al borde de lo apocalíptico ... me suena a rabiosa actualidad condimentado con una maravillosa creatividad que abre muchas posibilidades. ¡Menudo laberinto enigmático! Muy buen trabajo. ¡Animo a la siguiente Olga!
ResponderEliminarSin dudas un enorme laberinto para seguir escribiendo.
ResponderEliminarUn abrazo
Carlos
ESPECTACULAR! No he podido leerlo hasta ahora y me he quedado O.O Como dicen, todo un laberinto de tramas interesantísimas, cada vez más detalles, más información, más misterio, me ha gustado muchísimo Olga, felicidades por este trabajo tan cuidado ^^
ResponderEliminarGracias a todos por vuestras palabras, sois unos ángeles.
ResponderEliminarTanto interés contiene este capítulo. Zach en el pleno de su investigación, con su nueva identidad ya descubierta por los médicos en el hospital, y una vez fuera del MS adelantando su denuncia por el secuestro de SAM y por la muerte de HORATIO, no hay duda de que la intriga aumenta.
ResponderEliminarEl oculto laboratorio militar y su posible bioarma relacionada con la memoria. Los extraterrestres. El Otro Mesías ¿en un 25 de diciembre? Los cuerpos CLON a través de las esferas de la memoria con miras a potenciarla para mejorar la especie.
Me pregunto si Sam y Nicole, ahora presas a cazar por la policía, lograrán escapar del MS antes de que aquellos lleguen. Toda la atención que ambos acaparan al desarrollar un nexo telepático evolutivo que es centro del objetivo con los involucrados: la milicia, el estado, la iglesia. Conformase hasta aquí un rompecabezas que reta a ser descifrado.
Llego tardísimo Olga pero a tiempo ya que la novela aún no ha acabado. Lo hago para felicitarte por este capítulazo que le da una nueva dimensión a la novela. No se me ha pasado por alto los guiños de humor hábilmente repartidos a lo largo de todo el texto, alguno con cierta ironía, sobre todo en la primera escena. Lo que me ha marcado del capítulo es "la cura a la muerte", es genial, un gran tema para seguir desarrollando en posteriores capítulos, aunque no sea la trama principal. Pero sobre todo, con lo que me quedo es con la sala de la Reina Madre con la multitud columnas aquí y allá con los puntos de luz reflejados sobre el echo semiesférico, es que es como si lo estuviese viendo. Bueno, y el final, es muy bueno también con ese nuevo personaje que no desvelaré aquí para no estropear la sorpresa. Enhorabuena!!
ResponderEliminarMe parece absolutamente genial la velocidad de crucero que coge la novela en tu capítulo, Olga. La lectura se vuelve adictiva, el ritmo trepidante. Cuando desarrollé el capítulo dos y planifiqué en mi cabeza el resto de la novela (lo siento, no sé trabajar de otra forma), jamás pensé que pudiese enriquecerse tanto con la imaginación de los demás. La verdad es que estoy muy sorprendido con el resultado hasta el momento, y ahora he dejado de imaginar, prefiero dejarme llevar por la imaginación de los demás. Ah, Olga, y a mi también me gusta cambiar las sílabas de los nombres de personajes más o menos conocidos; además Zargón queda muy, muy Flash Gordon...
ResponderEliminarWow este cap ha sido grandioso, más aún cuando se entra en un futuro distopico dominado por "la corporación" se que tal vez al final de la historia no sepa que paso en el 2014 pero me encanta el giro cyberpunk que ha tenido la trama.
ResponderEliminarEstoy releyendo de nuevo la novela desde el principio, aprovecho para felicitarte, Olga Besolí, qué gran capítulo y qué gran giro le diste aquí a la trama introduciendo seres del espacio exterior :-) Un saludo!
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