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viernes, 14 de febrero de 2014

CAPÍTULO 11. FRÍO.

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“Fatiga de estar vivo, de estar muerto, con frío en vez de sangre, con frío que sonríe insinuado
 por las aceras apagadas”. Luis Cernuda.



Está sola. Se queda sola. Se busca sola. Ella y toda la soledad que puede atesorar en un lugar como la Catedral. Mira a través de la vidriera más pequeña y piensa. Piensa en Sam y en Zach y piensa que nieva. En que lleva nevando dos o tres días y en que se viene a dar cuenta hoy. Ahora. Piensa y entonces recuerda que las últimas jornadas le han parecido ficción, una mentira, y no ha podido siquiera permitirse pensar. Por eso, porque ahora sí puede, continúa pensando. En un Zach arisco y protector y en un Sam que hace mucho tiempo que se hizo hombre. En que se siente feliz de haberlos reencontrado. Lo son todo para ella, son lo que da sentido a las pérdidas.

«Mathew», pronuncia con más aire que voz. Y ahoga el murmullo en un grito delgado y disuelve la pena en un océano que sólo es una lágrima. Traga saliva para engullir la ira. Cuesta. Duele un poco. Y cada vez más, cae la nieve blanca que se ve roja por el reflejo del anochecer de este 23 de diciembre. Mueve la cabeza de lado a lado. Observa la calle, ahora tan vacía. Y se pregunta por qué cuando, hace apenas unos minutos, estaba anegada de gente. Anochece rojo un cielo de piel rasgada, de piel herida y sangrante. Alza la vista y contempla los perdigones que amenazan con atravesarlo. Son cuatro. Nadie dice nada sobre eso. La primera vez sólo se podía ver uno: un único Mesías. Y se pregunta si ahora será peor. ¿Cuántas veces más tiene previsto la vida cambiarlo todo? Y piensa que lo ha hecho bien a pesar de eso: de cada giro forzado, de quedarse sola, de elegir al peor compañero. Bien con ellos, con Zach y con Sam; pero también con aquéllos a quienes nadie recordaría de no ser por ella. Y entonces evoca lo particular de cada cuerpo, cada trocito de tela, cada goma de pelo, cada objeto común robado, en definitiva, a unos amigos tan anónimos como únicos. Como muertos. Ellos han dado sentido a su vida reciente y le gusta creer que ella ha sido una solución de continuidad para lo que un día fueron.
La nieve empieza a cuajar. «Frío», murmura ahora. Un temblor recorre su vertical y eriza su miedo. Repara otra vez en el suelo, blanco de nieve roja, de rojo cielo y siente su pequeñez ante la suntuosidad de la noche cubriendo el mundo. Patricia se abraza a sí misma y evita un escalofrío, pero no puede evitar un estremecimiento en el alma.



A pesar de estar a dos grados bajo cero, las calles de la Colmena habían sido tomadas por hordas de civiles. Muy próximos, los dos deslizadores intentaban avanzar en dirección norte por la Avenida de la Corporación. Apenas habían logrado alejarse un kilómetro de la Catedral. Se movían a idéntica velocidad que aquella masa densa y pesada. Hombres y mujeres de cualquier edad, mejor y peor armados; rostros de terror, de ira y de  locura o hasta de esperanza; gritos que aludían al final de los tiempos, consignas agradecidas de salvación divina y arengas efervescentes que incitaban a la guerra. Y es que, fuese amenaza o salvación, el cielo rojo anunciaba un cambio definitivo.
Frank conducía el primer deslizador. Debían salir de aquella espesura humana o tardarían demasiado en llegar a la Abeja Reina. Activó la HLScreen del vehículo y seleccionó con el índice la aplicación Comunicador. Un ligero temblor en el brazo de Jensen le hizo volverse hacia a él.
—Tranquilo, chaval. No pasa nada —le dijo en tono tranquilizador.
Pero Jensen no estaba nervioso. Ni asustado. Tampoco le concedía la menor importancia a aquella breve contracción del bíceps. Sonrió. En el asiento de atrás, Sam lo supo también: había leído discretamente el pensamiento del joven soldado. En efecto, parecía tranquilo.
—Dime Frank —contestó Sofía desde el segundo deslizador.
—¿Cómo lo ves, Sofie?
—Esto está imposible. Hay que salir de aquí cuanto antes.
—Así es. No nos movemos apenas.
—¿Estás pensando lo mismo que yo?
—Diría que sí, siempre que tengas en la cabeza el antiguo Hospital de la Beneficencia.
—Lo tengo, Frank, y no sólo en la cabeza —respondió Sofía mientras trazaba la ruta más óptima a través de una versión segura de la aplicación GPS.
—No es que yo entienda demasiado de estos chismes —dijo Sam refiriéndose al GPS—, pero ¿no pone al descubierto nuestra ubicación?
—Normalmente sí, pero a éste le hemos cargado una aplicación de nuestros programadores: desvía los secuenciales de localización por puntos negros de los GPS cada vez que se triangula nuestra posición —explicó Sofía volviéndose hacia a Sam con satisfacción. Sam puso cara de no haber entendido nada—. Es seguro, Sam —añadió—. La peor parte se la llevan los satélites, que acaban locos.
Era un trayecto corto, pero faltaban aún dos kilómetros hasta llegar al límite del Panal 63. Allí, antes de cruzar el Puente de la Revolución de 2014, encontrarían el desvío hacia una vía periférica que tendrían que recorrer durante algo menos de diez kilómetros.
La conversación entre Sofía y Frank despertó a Allison. El calmante que le había proporcionado Maydana mantenía bloqueado el dolor pero, a la vez, inducía en su consciencia un sopor agradable. Tardó un segundo en hacerse composición de lugar, en recordar qué hacía montada en el asiento trasero de un deslizador. Enseguida reconstruyó la realidad. «Maggie», dijo en un susurro. Zach, a su lado, la observaba. Le preocupaban las heridas de Allison. Su aparente buen aspecto era sólo efecto de la analgesia. Maydana no había aconsejado su partida y había sido muy claro con respecto al riesgo que cualquier lesión podría ocasionar.
—¿Te encuentras bien, Allison? —preguntó éste.
—Oh, sí. Sólo que tengo mucho sueño. Y algo de frío.
Era lógico. Recuperarse requeriría tiempo. Zach le pidió a Nicole que subiese la calefacción del vehículo. Nicole se volvió y dejó que una mirada gélida atravesara a ambos.
—Por mí no hay problema —aventuró Sofía creyendo que la indecisión de Nicole se debía a la espera de algún tipo de consenso.
—¿Por qué vamos al viejo Hospital de Beneficencia, Sofía? —quiso saber ella mientras subía un par de grados la temperatura del climatizador.
—Porque hay algo gordo.
—¿Cómo de gordo? —intervino Zach.
—Tanto como un Viento Negro —Sofía sonrió satisfecha de poder dar aquella información—. Se lo robamos al ejército de la Corporación hace unos meses, durante una misión de «avituallamiento». Si un día queréis oír una buena historia, recordadme que os cuente los detalles. Lo importante ahora es llegar a la Abeja Reina. Por aire será visto y no visto.
Era una gran idea. De hecho, cualquier plan que los sacase de aquel atolladero podía considerarse una genialidad. Una sensación agradable se apoderó de los ocupantes del segundo deslizador.
Zach contempló a Allison. Parecía tranquila.
—¿Has entrado un poco en calor? —preguntó.
Allison creyó que respondía que sí, que en efecto. Creyó que le agradecía a Zach su preocupación y también que le preguntaba a él por su estado. Y se convenció de que lo había hecho porque él, Zach, nunca parecía estar mal. Lo creyó firmemente pero, en realidad, jamás Allison hizo nada de todo aquello porque, en cuanto Zach había pronunciado la última palabra, la palabra calor, Allison cerró los ojos y perdió de vista el mundo.
 Entonces, la oscuridad, borrando el latido del tiempo. Y la dulce voz de Zach. Ver un hombre entre el tumulto de hombres. Silencio en el deslizador. El hombre, más cerca. Oír su grito y no entenderlo. El hombre corriendo hacia ellos, apartando a otra gente, pisando nieve, viniendo directo. El capó del deslizador; verlo anclar sobre él sus manos. Sofía frenando en seco. La mirada del hombre clavada en Nicole. Palabras sin sentido que al fin se distinguen: «¿No oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios?». Alguien diciendo que sólo es un loco y el loco zarandeando el vehículo. Zach saliendo del deslizador, yendo hacia él, enfrentándolo. El hombre y un arma antes escondida. Y un instante sin aire y un solo disparo. El pecho de Zach. Escuchar un latido antes que el impacto. El brotar oscuro de su sangre. Nicole y la ira. Nicole y la asfixia lanzada hacia el loco. El hombre muerto. Y un «¡por qué!» elevado al cielo. Sam yendo junto a Zach. Zach alejándose de todo lo vivo.
—Te has vuelto a dormir.
En cuanto Allison reconoció en aquella voz a la dulce voz de Zach, abrió los ojos. Todo parecía estar bien, tranquilo. Miró al frente. Sólo veía muchedumbre.
—No dormía. Es como sí… —dijo ella.
Se hizo el silencio en el deslizador. Entonces pudo distinguirlo: alto, desgarbado, melena desgreñada; vestía una túnica raída. Todo él parecía sacado de otro tiempo. Gritaba algo. Gritaba aquello que Allison ya conocía. Cuando los vio, apretó el paso. Empujaba a quienes se interponían entre él y ellos y pisaba la nieve con afán de conquistador.
—¿Es como si qué, Allison? Dime —quiso saber Zach.
—Hay que matar a ese hombre —fue la respuesta que no era un grito ni un lamento y era ambas cosas.
Nicole se giró al instante: miraba a Allison. El hombre colocó sus manos sobre el capó y clavó en Nicole su atención. Sofía frenó en seco. Allison cerró los ojos. Tuvo pánico. Buscó sentir a Nicole, sentir su mente. Y sin saber cómo y de manera instantánea, discriminó entre las mentes de Zach y de Sofía. Había una tercera entidad. Emanaba una intensidad tal que sólo podía tratarse de ella. Y lo hizo. Un impulso que no sabía explicar le permitió proyectar el contenido de aquella visión en el cerebro de Nicole. De inmediato, Nicole extendió un brazo en dirección al hombre. Lo mataría.
—¿No oís el rumor…? —alcanzó a decir aquel loco antes de caer fulminado.



Sábado, 25 de diciembre de 2004.

Es Navidad pero no me gusta. Ya no la quiero ni quiero los regalos que mamá ha comprado para Zach y para mí. Este año no ha venido el hombre de rojo, nos han dicho que no ha podido porque se ha hecho pobre. Por eso los regalos los ha comprado mamá. Pero no los quiero. Ni quiero la Navidad. Aún es pronto. Todavía podría venir el hombre de rojo. Si viene y me pregunta qué quiero, le pediré que me regale otra vez a papá.



Maggie permanecía inmóvil. Hechizada. La atención extraviada en aquel universo esférico que bañaba su pequeñez de luces irisadas. No parecía una niña de ocho años. El modo en que contemplaba aquella esfera hacía pensar que el lugar le había arrebatado una parte de su niñez.
Ross descansaba en la butaca polvorienta donde lo había sentado Maugé. Su malhumor era equivalente a su incapacidad de mover un músculo.
—¿Cómo lo llevas, Ross? —preguntó Maugé.
—¿Be acebos abí? —gruñó Ross.
—La babita, Rossi, haz el favor —respondió Maugé limpiando las comisuras del coronel con un pañuelo—. No me seas desagradable ni tengas tanta prisa. Enseguida sabrás lo que tengas que saber.
—¿Puede venir Tom a jugar conmigo? —preguntó Maggie desde el centro de la sala. Sonreía. Había escapado del influjo que la esfera ejercía sobre ella.
—Repítelo para que este señor tan feo lo escuche, ¿de acuerdo? Vamos pequeña, igual que antes.
Maggie miró a Ross y se rio porque, en efecto, era bastante feo y ella nunca se hubiera atrevido a decírselo. Cada vez le gustaba más Maugé.
—Abuelo —dijo a continuación—, ¿puede venir Tom a jugar conmigo?
La sonrisa de Maugé estaba henchida de satisfacción.
—¿No es adorable esta nena, Rossi?

La Abeja Reina tenía planta hexagonal. Cada lado contaba con dos accesos. Eran doce en total aunque sólo uno estaba operativo desde el infierno de Temperley. Un chasquido electrónico se produjo en alguno de los otros once. Era el inconfundible bip del antiguo sistema de autentificación. Sólo podía significar una cosa: algo había abierto una puerta que llevaba cerrada veintiseis años. Le siguieron unos pasos. Maggie se escondió tras una de las muchas columnas. Ross hubiera querido coger su arma, pero no podía moverse. Maugé sonreía. Un hombre penetró en la sala. Bajo la breve luz de aquella penumbra añil, pudieron distinguir a un tipo alto, de pelo muy corto y vestimenta militar.
—Adelante, pasa —invitó Maugé—. He traído a la niña, Hugo.



Sólo debían salvar un kilómetro y medio para alcanzar el desvío hacia el hospital, pero moverse un metro se había convertido en casi una utopía. La muchedumbre iba en aumento. Desde todas las calles y callejuelas aledañas a la Avenida,  se incorporaban nuevos grupos. Los más, pertrechados con armas de toda clase, aunque los había también cargados de fe y discurso; el resto, quizá los menos, blandían pancartas de grafeno que aludían a la igualdad, la amnistía, la paz o la bienvenida al dios que venía del cielo. Estaban atrapados; envueltos en un manto frágil que no podían rasgar sin herir a inocentes. Su ritmo de avance había pasado de lento a exasperante. Se preguntaban por qué tanta gente había decidido salir a la calle al mismo tiempo. Motivaciones distintas y un mismo sendero. Lo entendieron al pasar frente a la enorme HLScreen que adornaba la sede de Farmacón. Un rostro andrógino de ojos rasgados repetía sin cesar el mismo mensaje: «Hoy en el cielo, mañana en la Tierra. Punto de encuentro: Monte de la Arboleda CoDos. Antes del amanecer».
La Avenida de la Corporación era una de las arterias principales de la Colmena. La cruzaba de sur a norte. Precisamente en el norte se encontraba el Monte de la Arboleda CoDos, un promontorio artificial dispuesto como espacio de ocio. Una de las pocas concesiones de la Corporación a la sociabilización de los habitantes de la Colmena.
Sofía consultó la densidad del tráfico de las calles adyacentes: cualquier alternativa terminaba por dar a vías tanto o más saturadas. Era preferible continuar allí.
El cansancio no había abandonado a Sam y temía que le fuese a pasar factura en el peor momento. ¿Cómo podían dejar atrás la Avenida?
«Nicole»
«Dime, Sam»
«¿Crees que podrías ayudarme a despejar esto?»
Nicole dibujó una sonrisa que Zach no supo interpretar.
«Elijo el flanco izquierdo»
Desde el cielo rojo pudo verse cómo una brecha se abría en el espeso manto humano que cubría el asfalto. La sincronización de aquel control fue perfecta. Y agotadora. No sólo había que lograr que aquéllos que deambulaban frente a los deslizadores se retiraran, también era necesario proporcionar a sus cuerpos la capacidad de ganar la posición ante los que no estaban controlados y darles la fuerza suficiente para que resistieran sus embates. El control debía mantenerse, al menos, hasta que el segundo deslizador empezase a dejarlos atrás, lo que implicaba controlar también a todos los que, como si formaran parte de un goteo interminable, aparecían ante el primer vehículo tras cada metro ganado. La concentración de Sam y Nicole era extrema.
—¡Nos movemos! —exclamó Allison.
—Sí, enseguida estarás con Maggie —respondió Zach.
Allison le confirmó que estaba preocupada, que no se fiaba de Maugé; lo conocía demasiado bien. Puso mucho énfasis en representar su convencimiento de que, como siempre, Maugé tendría una explicación perfectamente lógica para sus actos. «Vándalo», añadió. Supuso que Zach sonreía por la expresión que había utilizado. Lo hubiera jurado todo, lo que dijo y lo que supuso, en efecto. Pero Zach no sonrió ni escuchó aquellas palabras porque Allison jamás las pronunció. Todo existió sólo en su mente. Sus ojos cerrados. De nuevo había saltado de la realidad.
La oscuridad en los sentidos. La Catedral y la nieve y la noche roja. Niebla lóbrega hecha de hombres. Los Ángeles de la Muerte y la sangre de muchos. El suelo de la Catedral acogiendo las almas que el cielo no quería.



Esto es una muestra. Podremos acabar de leer el capítulo en cuanto se publique la novela MEMORIAS DEL PORVENIR, que próximamente saldrá a la venta para recaudar fondos en beneficio de la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA. Disculpa las molestias. Gracias por tu comprensión.

9 comentarios:

  1. Ya sabes lo que pienso de este supercapítulo, pero lo dejo aquí también. Ha sido un trabajo inmenso y ha dado sus frutos en este texto, bien narrado, con giros sorprendentes y explicaciones necesarias. Me encanta la manera en que está escrito. Y después de este,. ya sólo queda uno...

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  2. Excelente capítulo Miguel Ángel, de los que enganchan y crean afición. Tiene acción, respuestas, mucha reflexión de los personajes,... La forma en que Sam encuentra las respuestas me gusta mucho, parecen fogonazos, muy directa y visual. Si fuera una peli me lo imaginaría como un pase rápido de diapositivas. Y además se desencadena a partir de una emoción universal: el amor.
    Es un capítulo muy violento, si te descuidas no dejas títere con cabeza, pero está bien, no es un reproche. El capítulo lo exigía. El personaje de Inferno mola mucho, aunque me crea dudas que supongo que en el capítulo 12 se me resolverán. Profundizas mucho y muy bien en los personajes, describiendo sus emociones como a ti te gusta hacer, algunos personajes parecen muy “humanos”. El meollo de la cuestión ¿Quiénes son y por qué vienen? Un giro inesperadísimo resuelto de forma brillante.
    Además el capítulo está muy bien escrito, como en ti es habitual. Hay expresiones maravillosas para enmarcar, para hacerles mención aparte o usar de epígrafes en cualquier otra novela. También me gusta mucho los guiños que le has hecho a mi ilustración: los árboles fríos, el cielo rojo, la nieve,… y por supuesto que hayas usado a mi fiel amigo Nero en el capítulo es un detalle que nos hizo mucha ilusión a los dos.
    Por todo esto (y más que se me olvida o no cuento para no desvelar ninguna sorpresa), que parece peloteo pero no lo es, sólo me queda felicitarte por el capítulo y por el trabajazo que has hecho que sé que ha sido mucho, no sólo a la hora de escribirlo y documentarte sino con el género de ciencia ficción, con el que no estás muy acostumbrado, aunque no lo parece. Eres un crack.

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  3. Miguel Angel, he leído tu capítulo y me he emocionado. ¡Que bello! Transmites las sensaciones de forma magistral con un estilo impecable y nos has hecho "ver" —que no leer— todo lo que acontece en él. ¡Felicidades y gracias! Gracias por evidenciar y detallar más partes del mundo que sostiene la historia —nuevas calles, panales, estatuas y demás— que enriquecen la novela, porque esa es la parte que, a veces, los autores olvidamos potenciar. Gracias también, por pensar en nuevos mundos y posibilidades y explicarnos quienes son y quienes somos en un razonamiento lógico y veraz.. Por rescatar a Patricia del olvido. Y por, —al leer tu capítulo justamente en Navidad—, hacerme estremecer con esas entradas en los diarios —cuando los diarios nunca me han emocionado— que, con ese día como símbolo, nos muestran los cambios sociales sufridos, y que culminan con la última entrada que ya nos muestra un futuro más allá del desenlace. ¡Gracias por ese desenlace al que solo le falta poner un buen broche final, que seguro Víctor le colocará con maestría!
    Pero quiero que sepas que me rindo ante tu capítulo: por bueno, bien escrito, emotivo, detallado y que demuestra una gran imaginación creativa por tu parte. ¡Estás entre mis favoritos!

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  4. Las frases que describen la acción son tan cortantes como el filo de una navaja barbera y, sin embargo, si todas las novelas tiene un alma yo apostaría a que el de la nuestra está aquí, dentro de este capítulo. Bravo.

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  5. Como nos tiene acostumbrados, Miguel Ángel, nos regalo un texto brillante, en forma y en contenido, equilibrado, (parece que hablo de un buen vino, ¿verdad?), con lugar para las descripciones y explicaciones, la acción, la emoción, el fino humor, y la poesía. ¡Me encanta! Un abrazo, S.

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  6. Con este capítulo acercándose a un final de película, Mike aumenta el interés en la trama, y se muestra muy gráfico hasta hacernos ver claramente los hechos como si se tratara de una HLScreen. Un deleite su lectura.
    Con la siempre intrigante duda de la Humanidad de si estamos solos o no en el espacio sideral, Área revive la migración interplanetaria con las visitas alienígenas a la tierra, y viceversa, como otrora a los Vikingos cuando sus dioses, que se piensan extraterrestres, traspasaron en sus “naves” tiempo y espacio a través de agujeros de gusano para interactuar y construir con los humanos en varios puntos terrestres donde dejaron su huella en inexplicables creaciones.
    Para sobrevivir como especie, salvar el planeta, todo en UNO, solo al modo de “los enviados”: en son de paz y con el firme propósito de existir y dejar existir libremente.
    Los pulsos entre las fuerzas de todo orden que se miden en esta historia con sus mensajes, algunos subliminales, hacen prever el gran desenlace.
    Un cuento muy bien contado. ¡¡Enhorabuena a su autor!!

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  7. Ni te puedes imaginar lo que he disfrutado leyéndolo. ¡Eres grande!
    Un abrazo.

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  8. Magistral. No se me ocurre otra palabra. Como ya se ha comentado, los giros, las escenas de violencia, las poéticas, las sensaciones, los sentimientos... Sin querer desmerecer a los anteriores, creo que es uno de mis capítulos preferidos además de irse concretando el desenlace de la historia. Magistral...

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  9. Mágnifico! Boquiabierta con esos giros tan inesperados, eres un maestro de infundir sentimiento en cada palabra que escribes. Mis felicitaciones por este capítulo.

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