ÚLTIMOS COMENTARIOS

viernes, 14 de febrero de 2014

CAPÍTULO 7. EN CUALQUIER OTRO LUGAR

Visita el blog de Jorge Moreno




“Me parece que siempre seré feliz allí donde no estoy”. Baudelaire


No lo vio. Juraría que su deslizador estaba en la posición de conducción automática, pero no trazó la curva que dibujaba la calle y terminó contra un grupo de árboles CoDos. No sabía qué podía haber fallado. No había visto cómo su deslizador había recibido una serie de órdenes que hicieron variar el conmutador de conducción automática a manual. No podía moverse. No oía, ni siquiera su propia voz llamando a su mujer y a su hijo. Intentó mover la cabeza para buscarlos, pero sólo podía agitar sus ojos. No sentía su cuerpo y notaba cómo su visión se teñía de tonos rojos. Tampoco vio al hombre que se acercó a él ni sintió cómo le colocaba el dedo en la yugular. Pero sí sintió cómo le sujetaba la cabeza, y cuando creyó sentir el consuelo de la ayuda, un violento tirón hacia atrás apagó su vida.



Patricia nunca había simpatizado con Joseph Coleman. Le consideraba un niñato maleducado, irresponsable y ventajista que utilizaba su parentesco con el director del Memorial Union Institute para chantajear a todo el personal. Por suerte apenas coincidían más que unos instantes en los cambios de turno, suficientes para que el chico mostrara todo su encanto. Por eso, la posibilidad de que fuese él quien había visto el video de Horatio la inquietaba.
―No te preocupes, no es más que un chiquillo mimado. ¿Qué podría hacerme? ―le quitó importancia Zach―. Por lo que cuentas no hay nada por lo que deba preocuparme.
―No me fío, Zach. Ese muchacho es un mal bicho. Es retorcido y estoy segura de que, si era él, intentará sacar provecho de lo que ha visto.
La puerta de la sala se abrió, sorprendiéndolos.
―Patricia, ¿qué haces aquí? ―dijo el señor Coleman sin dejarles tiempo para reaccionar―. Es igual, iba a llamarte de todas formas para que vinieras. ¿Has visto a Joseph? ¿Dónde se habrá metido? Éste era su turno. Y tú, ¿quién eres? ―finalizó, enfrentando su mirada a la de Zach.
―Es… un amigo ―afirmó Patricia tras vacilar al recordar que en su nueva identidad había eliminado cualquier vestigio de descendencia―. ¿Para qué querías que viniera?
―¿Un amigo? No sabía que tenías un novio mucho más joven que tú ―añadió Coleman con una sonrisa en los labios―. Y tan vivo, pensaba que te gustaban un poco más rígidos.
―Amigo, es un amigo, no es mi novio.
―Vale, lo que quieras. Pero ya sabes que no me gusta que mezcléis lo personal con el trabajo. ―Una sonrisa irónica de Patricia le hizo evitar el tema―. Vamos a tener mucho trabajo. No sé qué demonios ha pasado hoy, pero parece el fin del mundo. Los restos de los orfanatos…
―¿Los? ¿Has dicho “los orfanatos”? ―dijo Zach.
El señor Coleman cerró la boca al recordar la presencia del extraño.
―Lo siento, Patricia. Él no puede estar aquí. Debe irse.
Patricia se acercó a besar a Zach, ante su sorpresa, que continuó cuando le dijo: «Y no seas tan impaciente como siempre. Cuando te llame, espera a oírme».
―Sí, los orfanatos ―prosiguió el señor Coleman, cuando se cercioró de que Zach se había ido―. Sólo el de Saint George está en nuestra zona, pero los otros dos…
—¿Otros dos? —le interrumpió Patricia dejando de manipular su InCom.
—Sí, no están en nuestra zona, pero ésos no han sido arrasados, hay cientos de cuerpos y las discriminadoras de sus distritos no dan abasto. Y además lo de los militares, y toda esa gente… —continuó Coleman como si estuviera medio ido—. Bueno, es igual, Patricia. Todo lo que necesitas saber es que nos van a desviar cientos de cuerpos de esos dos orfanatos aparte de los de los militares y todos, absolutamente todos son por causas no naturales. Desactiva los protocolos de análisis de PEPO y acelera el proceso de discriminación. Nada de conversaciones, Patricia.
—¿Desactivar los protocolos? Pero eso… eso es… muy irregular, señor Coleman. El reglamento especifica que nunca se puede…
—¡A la mierda el reglamento, Patricia! —la interrumpió alterado—. Es una orden. No es discutible, ¿sabes? No es una situación normal, es una orden del tío que se mea encima del que escribió el puto reglamento, así que desactívalos…
Una vibración de su InCom detuvo a Coleman.
—¿Dónde coño estás, Joseph? —gritó al aparato mientras se apartaba de Patricia—. ¡Me la suda lo que tengas que contarme! ¡Ven aquí inmediatamente!
Un sonido conocido para Patricia la metió en su rutina de trabajo. James, otra vez James. Había elegido un mal día para volver a atascar el torno de entrada. Bajó furiosa.
—¡James! ¿Cuándo vas a aprender a hacerlo bien? ¡Es sencillo…! —gritó—. James, ¿qué te pasa?, ¿estás llorando?
El muchacho miraba el torno donde el cuerpo de un adolescente, colocado en la posición incorrecta, había bloqueado el acceso. El chico parecía gimotear mientras sus hombros y su pecho se movían espasmódicamente pese a sus esfuerzos por evitarlo.
—No pasa nada, pequeño —dijo Patricia arrepentida—. Ya lo harás bien la próxima vez.
—No es eso…
Patricia miró a su alrededor y descubrió otros dos cuerpos, un hombre y una mujer que esperaban su turno para atravesar el acceso.
—Tú… tú… ¿les conocías?
—No… bueno, sí —respondió James gimoteando y con la mirada fija en el pequeño cuerpo atascado—. Nunca le había visto, pero cada tarde jugábamos on-line al Legends of Tuna. Pero ayer no estaba. Le mandé mensajes para que se conectara. Incluso le llamé a su InCom, no solía hacerlo, sólo teníamos nuestros identificadores de InCom para cuando queríamos coordinar ataques on-line, o para una emergencia como un ataque por sorpresa de algún clan y uno de los dos estuviéramos desconectados, y ésta lo era, pero me contestó un policía. Le habían encontrado muerto junto a su familia, en su casa. Al parecer, un error en los sistemas de ventilación había extraído el oxígeno de la casa hasta asfixiarlos. No le había visto hasta hoy, pero era lo más parecido a un amigo que nunca hubiera tenido.
Entonces apartó la mirada y se abalanzó sobre Patricia, abrazándola y hundiendo su cabeza en su hombro, con un llanto libre y sin control, mientras ella no supo hacer otra cosa que acariciar su cabeza y besar su mejilla.
La vibración de su tecpad rompió el abrazo. “Accidente por uso indebido de un elevador en vivienda”. Debía darse prisa, otros tres cuerpos le esperaban.



La oscuridad siempre jugaba a su favor. No la necesitaban pero la buscaban. La sola presencia de sus sombras era capaz de aterrorizar a cualquiera en los subterráneos de la colmena, pero las últimas misiones en el exterior le estaban dando vida. Miró a Death y supo que compartía ese sentimiento. Le admiraba y estaba orgulloso de ser uno de sus ángeles. Y ahora los militares. Les habían pateado bien el culo. Aunque lo importante sería lo que vendría a partir de entonces. Se acabarían las misiones en los subterráneos y algo mucho más grande les esperaba. Ahora servían al más poderoso, pero dentro de poco las cosas cambiarían y ellos serían los más poderosos. Lo sabía. La mirada de Death se lo decía, pero también le decía que no habían terminado el trabajo. Las órdenes eran claras: sin testigos, sin supervivientes. Los miembros de su escuadrón recibieron a través de los intercomunicadores de sus cascos la orden precisa y se lanzaron hacia su objetivo. No parecía que allí hubiera el menor atisbo de vida, pero las órdenes no entienden de apariencias. En cada cuerpo que encontraban, como si se tratase de un ritual, descargaban tres disparos, dos en el pecho y uno en la cabeza, sin excepción, independientemente de que se tratase de cuerpos mutilados como el de la enfermera Helen, o de cuerpos semienterrados, como el doctor Tallard o que parecían dormir plácidamente, como Elizabeth Perkins.  En menos de media hora hicieron su trabajo, rematando a la muerte en la oscuridad alumbrada por las luces de sus cascos.
Tan sólo encontraron un hálito de vida. Robert no podía moverse. Tras la explosión algo le había golpeado la espalda y le había dejado tirado en el suelo. En aquel momento deseaba estar unos días atrás en los que su memoria no recordaba. Paradójicamente ahora lo recordaba todo, ahora que no quería recordar, que sabía que iba a morir, no quería tener todos esos recuerdos, mataría por recuperar su memoria vacía, que le permitiera ser ignorante de todo lo que iba a perder y, sobre todo, de todo lo que había dejado escapar en su vida. Pensó en su hijo. En aquel recuerdo que habían insistido en grabarle y que no podía sentir como propio. Aquellas pequeñas manos y esos pequeños pies, sus ojos cerrados, su apariencia de debilidad y su primer llanto que le llenó de alegría, de vida. Oyó ruido, alguien se acercaba. No se esforzó en pedir ayuda, sería inútil, sabía que era el final. Eligió utilizar sus últimas fuerzas en pronunciar el nombre de su hijo. Y entonces su memoria se borró definitivamente.



‹‹¿Y ahora qué?››
—Será mejor que no malgastemos nuestros poderes, Nicole.
—¿Poderes? Así que ya sabes lo que son. Poderes. ¿Qué somos? ¿Superhéroes, Sam? Pues yo no me siento precisamente como si fuese Catwoman —ironizó Nicole.
―Bueno, realmente Catwoman no tiene poderes, no se la podría calificar de superheroína…
―¡A la mierda Catwoman, Sam! ¿Qué nos pasa?
—No sé cómo llamarlo, sólo sé que cada vez que lo utilizamos me debilito.
—Entonces, ¿ahora qué, Sam?  ¿Así mejor?
—¿Qué de qué?
—¿Qué hacemos en este tren? ¿Dónde vamos? ¿Esperamos a estrellarnos o apretamos ese maldito botón rojo para bajarnos? —gritó Nicole.
—No lo sé, Nicole.
—Se suponía que tú deberías saberlo, tú lo empezaste, ¿no? Tú conectaste conmigo. ¿Qué hiciste? ¿Despertarme? ¿Darme poderes? Dices que me conocías, de siempre. ¿No lo sabes todo?
—No… No lo sé. No sé nada, Nicole… No puedo pensar…
—¡Pues piensa, Sam, piensa! Agita tus manos y teletranspórtanos o dame el poder de volar para irme de aquí, hacia arriba, muy arriba hacia la noche, mi noche llena de estrellas, para alejarme. Lejos, muy lejos. Buscar el mar, mi mar y mi atardecer, pero no el que está grabado en mi memoria, sino el que me hace sentir de verdad, el que me emocionaba y me hacía llorar.
Y cuando parecía que iba a golpearle, Nicole rompió en un llanto y se lanzó a sus brazos.
―¿Y cómo sabes que ese recuerdo es tuyo, Nicole?
―¿Qué…? Porque lo sé. Es mío, tiene que ser mío. ¿De quién va a ser si no?
―Ese amanecer, tu amanecer, el que mostró en la pantalla Stein cuando nos hizo aquello no me resultó extraño. Ya lo había visto, estaba en mí.
―No, no puede ser, es mío, sólo mío… ¿Qué nos han hecho, Sam?
—No lo sé, Nicole. No sé nada. Parece que lo sé todo. Millones de recuerdos recorren mi cabeza, recuerdos que no son míos pero que parecen que lo son. Debería saberlo todo, pero no sé nada. Necesito descansar. Necesito no pensar en nada para poder pensar.
Abrazó con fuerza a Nicole contra su cuerpo, sentados en aquel vagón, al igual que sentía haber hecho miles de veces antes y le besó suavemente  la mejilla y entonces a Nicole no le quedó ninguna duda de que ella también le conocía de antes.



Viernes, 6 de agosto de 2004

Hoy hemos ido a ColdStone como cada domingo, aunque hoy hemos estado mucho más tiempo. Los padres han tardado mucho en volver y cuando lo han hecho parecían preocupados, pero no nos ha importado, porque Marie no ha parado de darnos batidos. Me duele la tripa de beber tanto. Cuando nos hemos ido ya era de noche y al llegar a casa mamá le ha echado la bronca a papá por llegar tan tarde y no avisarla ni responder a sus llamadas, pero él no le ha hecho caso y ha vuelto a salir de casa en cuanto hemos entrado por la puerta. Pero lo más importante del día ha sido que cuando estaba en ColdStone, Nikko se me acercó y me dijo: «Sam, me gustaría que todos los días fuesen domingo» y me besó en la mejilla. Tan sólo quería escribirlo para que nunca se me olvidara.



Su padre era un mediocre, pero él no. Él llegaría lejos. Lo sabía. Sólo era cuestión de esperar su oportunidad y ésta ya había llegado. Esa estúpida de Patricia y el hombre que la acompañaba se la habían servido en bandeja con el video que visionaron. Nada más verlos supo que era su oportunidad y lo grabó todo en su InCom. Había intentado compartirlo con su padre, pero, cómo no, a él únicamente le importaba recriminarle que hubiera abandonado su puesto en aquel estúpido trabajo. Pero no le importaba, el desprecio de su padre le había abierto los ojos. Aquello era suyo, lo que había estado esperando. De sobra sabía quién llamaba a su padre cuando se escondía para hablar y de dónde llegaba el dinero que pagaba todos sus vicios. Y ese nombre también aparecía en el video. Ya era hora de dar un golpe sobre la mesa. Vería a ese hombre y le insinuaría dónde irían a partir de entonces todos los ingresos, multiplicados por cuatro.



Zach había salido contrariado del Memorial Union Institute por no conocer la información de la que disponía Coleman y confuso por la actitud de su madre. «Y no seas tan impaciente como siempre cuando te llame, espera a oírme». La vibración de su InCom no le dio tiempo a pensar sobre ello. No oía nada, ni un murmullo. Estuvo a punto de colgar y lo habría hecho de no volver a recordar las palabras de Patricia. Un instante después oyó la voz de Coleman dirigiéndose a su madre.
Consultó los canales de noticias. Nada. Ni de orfanatos, ni de militares ni de muertos de ningún tipo. Incluso habían restringido el acceso a las noticias sobre el suceso del Saint George que estaban por todas partes unas horas antes.
Quizá su madre tuviese razón y sí debería preocuparse por la posibilidad de que alguien descubriese que conocían la información que contenía el video de Horatio.
«Encuéntrame en ColdStone. Y esta vez, procura tener las manos quietas».
Zach se preguntaba qué tipo de cita era ésa y a quién iría dirigida. ColdStone. No podía imaginar que tendría que ver en todo eso la heladería a la que acudía de niño con Sam y su padre. Era todo un ritual. Cada domingo los tres salían de casa y al llegar allí atravesaban las puertas que los introducían en el paraíso. Corrían a la mesa del fondo y esperaban a la camarera que directamente llevaba a Sam una gigantesca tarta de queso, mientras él prefería hacer en cada visita combinaciones diferentes de distintos sabores sobre el mármol.
Ellos devoraban sus delicias mientras su padre les decía que se portaran bien, que no tardaría y atravesaba siempre la misma puerta, la "puerta de los padres", como la bautizaron todos los niños que atestaban el local, con los que jugaban, intercambiaban cromos o veían episodios de sus dibujos animados favoritos. Si había suerte y los padres tardaban en atravesar de vuelta la puerta, la camarera los premiaba a todos con batidos de vainilla.



Esto es una muestra. Podremos acabar de leer el capítulo en cuanto se publique la novela MEMORIAS DEL PORVENIR, que próximamente saldrá a la venta para recaudar fondos en beneficio de la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA. Disculpa las molestias. Gracias por tu comprensión.

11 comentarios:

  1. Enorme capítulo Jorge. Como ya te comenté me pareció muy curioso que el capítulo comenzase de forma tan inquietante y trágica y acabase con esos toques de humor que tan bien manejas. Bueno, eso era antes, porque ahora has demostrado que manejas a la perfección el misterio y la intriga también. El capítulo está muy bien escrito, en la línea de toda la novela ¡Menudo plantel de escritores tenemos en el proyecto! Pero además, con tu capítulo se explican varios asuntos que era algo que se hacía necesario. Yo, leyéndolo, veo ahora las cosas más claras y entiendo mejor la novela. Y también hay alguna sorpresa muy buena que no diré por aquí por si alguien me lee.
    Tu relato ha sido muy inspirador para mí porque, aunque aún no es mi turno de ilustrar, varias ideas se me han aparecido en la cabeza como futuribles ilustraciones, si el capítulo de Chus me lo permite, y también para la portada. Pero no todo van a ser flores, también hay un pero. Ojo SPOILER: El detalle del pedo no me convencía mucho. En realidad sí me gusta y la escena es graciosa, y está bien resuelta con Milú autoculpandose al final, pero no la veía muy clara entre estos dos personajes y en esa situación. Pero esto sólo es un detalle, en general el capítulo es muy bueno. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias. Tico. Me alegro mucho de que te haya gustado y que te pueda servir de inspiración. Respecto a lo demás, ya sabes que al final siempre me puede la tontería. Pretendía humanizar un poco a los personajes, reivindicar que puede pasar el tiempo, nos pueden controlar todas las corporaciones que surjan, pero ayer, hoy o mañana, un pedo, siempre será un pedo.
      Un abrazo

      Eliminar
  2. Tremendo capitulazo, Jorge. Dinámico a más no poder en parte por esos diálogos tan estupendamente gestionados, en parte por tu forma de narrar las escenas. Tu capítulo es como un baile perfectamente ejecutado. Hilado con tal maestría que se acaba en un suspiro y te deja con ganas de más.

    Enhorabuena :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus palabras, Elena. Temía que la continuación a tu magnífico capítulo pudiera no gustarte. La cantidad de ideas que destilaste en él, me han facilitado mucho las cosas para poder inspirarme, a la vez que han constituido todo un reto.
      Un abrazo

      Eliminar
  3. ¡Qué pasada de novela está quedando! Muy buen capítulo Jorge. A mi, personalmente, y para llevarle la contraria a Tico (espero que no se enfade conmigo) me gusta lo del pedo. Esos pequeños toques de humor son geniales para quitar tensión y dar un respiro al lector entre tanta intriga y tanto ¡ay!. Y tu tono de humor es genial. Felicidades.

    Eso sí , hay un detalle que al leerlo, me ha sonado un poco raro. No sé si es un SPOILER o no, pero yo lo digo por si acaso. ¿Vale? Se trata de la conversación de Allison con Zach. Si no recuerdo mal, la última vez que se encontraron, Zach mintió en su nombre (mantenía su su identidad falsa de camarero, que defendía en el MS) y aunque los dos sabían la verdad, no lo dijeron abiertamente ¿cómo es que ahora Allison lo llama por su nombre y él ni se inmuta?

    Pero, bueno, ese es solo un detalle. La verdad es que el capítulo me ha encantado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Cómo me voy a enfadar por eso Olga? Pero recuerdo que no es la primera vez que me llevas la contraria en algo similar, recuerdo un relato de Mariola en Surcando Ediciona. Yo no me enfado pero no se me olvida. Pero sin rencor eh? De buen rollo ¡Pero que no vuelva a ocurrir!

      Eliminar
    2. Ah, gracias por el detalle que apuntas. Ya lo he trasladado al grupo de revisión global para su debate.

      Eliminar
  4. Me a pasado mismo que a olga. Pero creo que tiene facil solucion... Un buen capítulo. Apertas

    ResponderEliminar
  5. ¡Capitulazo! Me ha gustado muchísimo. Le has dado un aire fresco a la trama con esos toques de humor y al mismo tiempo has introducido unos acontecimientos que mantienen la tensión y enganchan al lector. Un gran escritor eres, sí señor. Un placer compartir este proyecto contigo.¡Un abrazo Jorge!

    ResponderEliminar
  6. Cada vez se pone mejor esta trama. Es muy intrigante lo que planea Joseph hijo, la carrera tras SAM está de película. Espero que Zach no caiga en la trampa de Allison, parece que ya sospecha. Pensar que antes no era ella y que no recuerde el nombre de su hija Maggie, le añaden más expectativas e interrogantes a esta super ficción. Enhorabuena a su autor, Jorge Moreno.

    ResponderEliminar
  7. Me ha encantado! Cada palabra está tan cuidada, tan detallada, el momento descrito de la heladería ha sido fantástico, y que decir del nuevo encuentro de Allison y Zach. Cada escena esta repleta de sensaciones minuciosamente descritas. Felicidades Jorge!

    ResponderEliminar