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viernes, 14 de febrero de 2014

CAPÍTULO 5. LA NOCHE SIEMPRE GANA



“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Jorge Luis Borges



«Despierta, pequeña». 
Caroline abrió los ojos a la noche. Sentía un hormigueo familiar recorrerle cada pulgada de su cuerpo. De nuevo sentía los hilos de su destino moverla contra su voluntad. Y el culpable de ello era aquel ser al que ella bautizó como el Titiritero. Su aspecto era el mismo de siempre. Alto y delgado, con ojos de color ámbar y sonrisa de lobo viejo. Era él el que la mantenía prisionera en sí misma, el que la hacía vagar contra su voluntad por todo aquel centro cuando únicamente ojos virtuales vigilaban el lugar. Era su guardián y su carcelero. 
«Quiero dormir» —musitó ella con su mente palabras que su boca había olvidado. 
«No. Esta noche es para soñar despiertos, pequeña. Es noche de saldar cuentas» —le contestó el Titiritero mientras fluctuaba un segundo ante los ojos de Caroline.
Enteramente contra su voluntad esta se levantó y se vistió con una bata ligera con el logo del Memory Shelter. Aquella noche le permitió derramar lágrimas que cayeron para perderse en la oscuridad igual que su propia libertad. Sin recuerdos ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba prisionera de aquel ente que únicamente ella podía ver. ¿Era un recuerdo? ¿Una alucinación? No. Por la manera en que actuaba y sentía, por el modo en que su imagen a veces se perdía en el éter de su visión por el espacio de un parpadeo sabía que tenía que ser algo más, algo que habían puesto en su interior a la fuerza y que se activaba únicamente cuando era necesario. 
«¿Lista?» 
«No para moverme a tu antojo —le desafió Caroline al tiempo que se oponía a aquel control con todas sus fuerzas. Su cuerpo hizo ademán de pertenecerle por un segundo—. Hoy no seré tu marioneta». 
«Siempre serás mi marioneta hasta que no sepas ser otra cosa, Caroline —contestó el Titiritero mientras se quedaba pensativo—. Pero lo cierto es que hoy he de gestionar muy bien mi tiempo y esfuerzos… Y cansa mucho tener que llevarte de la mano todo el rato, así que... ¡deseo concedido!» 
Los hilos seguían allí y Caroline era perfectamente consciente. Pero ahora no notaba aquella mano opresiva en su mente constriñéndola a cada momento. 
«¿Puedo ir a ver a Nicole?» 
«¿Por qué quieres ir a verla? No me digas que acaso…» 
El Titiritero hizo un gesto de tijera con las manos que hizo enrojecer a Caroline, que negó con la cabeza al momento. 
«No es eso, idiota —le espetó—, es que ella siempre me ha tratado bien. Siempre trata de hablar conmigo. Además, siento… Siempre he sentido que nos conocíamos…» 
«Chorradas». Su insistente acompañante se encogió de hombros, aunque su mirada delató que no le había pasado por alto aquel detalle. «Esta noche vamos a visitar a un viejo amigo común». 
«Stein…». El nombre se le escurrió entre los dientes a Caroline. Era de lo poco que recordaba y lo mucho que odiaba. 
«El mismo. Ahora corta el rollo y larguémonos. Soy un hombre tremendamente ocupado…» 
«¿De verdad hizo eso? —le preguntó Caroline interrumpiéndolo—. ¿De verdad me hizo eso… a mí?» 
«¿Qué te dice tu cuerpo, pequeña?» 
Decía que sí, que mil veces sí. Y de pronto una furia incontrolable la inflamó. Tenía que salir de allí. Tenía que ver cara a cara a ese hombre y comprobar que era verdad todo aquello. Porque, de ser así, aquella sonrisa cruel del Titiritero tendría su correspondencia en Caroline. Y más cosas. Muchas más cosas. 
Caroline posó su mano en el panel de identificación de la puerta y sintió cómo el Titiritero actuaba a través de ella. Su mano encontró a un amigo al otro lado del éter y la puerta se abrió. 
«Ah… Padre siempre ha sido dado a mimar a sus hijos. ¿Pero quién puede culparlo con una Madre tan mala gobernando esta casa de locos? —dijo el Titiritero lleno de felicidad—. Pero eso no va a durar mucho, pequeña. Esta noche voy a cambiar un par de cosas…» La mirada de reproche de Caroline apuñaló el discurso de su acompañante. «Perdón, “vamos a cambiar”. ¿Mejor así? Por favor, qué susceptibles sois las mujeres cuando queréis. Te pareces a una pelirroja que yo me sé…» 
Un dedo corazón alzado fue la respuesta de Caroline, que se abalanzó a la oscuridad del Memory Shelter sin esperar al Titiritero. El suelo la ignoró. Control la ignoró. Madre la ignoró. Sabía de quién era el mérito. O la culpa, según se mirase, pues a su espalda su eterno guardián no hacía más que fluctuar más y más. Siempre que lo hacía quería decir que estaba ocupado. ¿En qué? Caroline no lo sabía y casi no le importaba. Lo que importaba era que sus pasos estaban libres por primera vez en mucho tiempo. Y quería disfrutar de cada uno de ellos tanto como le fuese posible. 



Miércoles, 17 de julio, 2024 

Hoy he reconocido a un compañero de mi padre en la calle. Hay hombres que no saben dejar de ser soldados por más que se calcen zapatos de civil. Sin embargo, cuando he tratado de recordar su nombre para llamar su atención, se me ha escurrido de la mente. Me he quedado en mitad de la colmena con la boca abierta y una enorme sensación de vacío. De repente he tratado de buscar en mi mente el rostro del resto de su pelotón, que solía llenar el jardín de casa de nuestros abuelos los días de fiesta, y me he dado cuenta de que sólo recuerdo claramente a un tal Torres. 
En cuanto tenga la oportunidad tengo que buscar las fotos que nos hicimos. Ellos siempre fueron buenos conmigo. Ni el color de mi piel ni mi procedencia les importaban lo más mínimo. Esos hombres entendían los lazos afectivos de otra manera muy distinta, la manera que les había enseñado la guerra. Por eso no quiero perderlos de mi mente. Porque aquellos días sé que fui realmente feliz. 



De repente, la noche se volvió fría, insegura, sucia, igual que cada palabra que salía de la boca de aquel hombre que Zach tenía ante sí. ¿Christopher Maugé? No podía ser. Se giró y echó un vistazo a los alrededores buscando su piso. No estaba excesivamente lejos del rango de acción de su IA. Podría funcionar. 
—Ariadna —dijo Zach sacando su InCom al tiempo que trataba de recuperar la calma—. Busca a Christopher Maugé en la red de noticias. 
—¿Alguna en especial? —respondió la casa con voz amortiguada a través del InCom. 
Las IAs tenían restricciones para actuar en los distritos de la Colmena, evitando así que saturaran su tráfico de datos. Normas de la Corporación que no permitían discusión. 
—La última. 
De pronto, el InCom se iluminó y proyectó la imagen holográfica de una noticia. El titular dejaba a las claras de manera sencilla de qué se trataba: Fallece el científico Christopher Maugé. Debajo, las imágenes en movimiento de unas llamas se daban un festín con el enorme complejo de laboratorios donde este trabajaba. 
—Los muertos no hablan —dijo Zach a través de las llamas virtuales. 
—Tal vez no les ha hecho las preguntas adecuadas. 
—Y tal vez usted no es quien dice ser. 
Zach accedió en un instante al informe detallado que había conseguido husmeando en la red y pidiendo varios favores que le costaría horrores devolver. Lo volvió a lanzar al aire que les separaba. Maugé sacó unas pequeñas y curiosas gafas de su bolsillo, se inclinó un poco hacia aquel éter de verdades y ahogó una carcajada. 
—Veo que la charada funcionó —se dijo este más para sí que para el propio Zach—. Pero no he venido a discutir con usted quién soy o dejé de ser hace tiempo. Un amigo de un amigo me contactó para advertirme que alguien estaba metiendo las narices en los asuntos de los Memory Shelters y tenía curiosidad por conocerlo. 
—¿Acaso soy el primero en hacerlo? 
—No. Pero estaría bien que no fuese el último —le deseó con tanta sinceridad como Zach estaba dispuesto a creer—. ¿Qué es lo que realmente sabe de Némesis y su relación con Memory Shelter? 
—Casi tanto de lo uno como de lo otro —le contestó Zach al tiempo que se llevaba el InCom al oído—. Ariadna, voy a dar un paseo. Quiero que deshabilites todos los localizadores de este dispositivo y suprimas cualquier comunicación entrante que no sea importante. 
—¿Y debo trazar la línea de la importancia en…? 
—Familia —zanjó Zach en seco, quedando seguro de que no sería molestado—. Si me necesitas, iré desechando bloques de memoria corrupta del InCom cada diez minutos. 
—No estoy segura de si seré capaz de seguirte. Acaba de activarse una gran cantidad de tráfico de datos en la zona y probablemente dificulte mi tarea considerablemente. ¿Qué te comenté de un par de módulos de memoria más para tu querida IA? 
Zach puso los ojos en blanco ante los requerimientos de Ariadna y buscó la complicidad de un Christopher cuyas gafas se habían iluminado y sus ojos se movían frenéticos de un lado a otro como si estuviese manipulando algo con ellas. 
—Haz lo que puedas… No, haz lo que debas, Ariadna, pero no me pierdas. 
Cortó la comunicación su IA mientras esperaba a que Christopher dejase de hacer lo que andaba haciendo. Tardó un segundo antes de que Zach perdiese la paciencia. 
—¿No quería tener una conversación privada? —inquirió Zach—. Entonces venga conmigo. Intuyo que tenemos mucho de lo que hablar. 
—No se hace idea de cuánto… 
Fue un paseo corto, lleno de silencios y miradas por encima del hombro. El tiempo suficiente como para que Zach examinara al hombre que tenía ante sí. Christopher no aparentaba los cincuenta y dos años que tenía. Aunque en aquellos tiempos ya nadie los aparentaba. Estaba tan en forma como él mismo. Con menos ojeras y más pelo. Pero lo que le molestaba de aquel hombre era que no apresuraba las palabras. Por importante que fuese el asunto, que lo era, parecía disfrutar en compañía de sus pensamientos. O más bien de aquellas extrañas gafas de cristales virtuales. Zack había visto unos cuantos modelos antes, pero ninguno con tanta complejidad como aquellas. Control ocular apoyado, seguramente, por sensores dérmicos en las yemas de los dedos, pues Maugé no paraba de juguetear con ellas haciendo mil y un movimientos sutiles pero que un ojo entrenado podía advertir. Zach hubo de reconocerse que aquello le hubiese resultado imposible. Además, en aquellos momentos tenía tanto anidando en su interior que hubiese dado lo que fuese por tener a alguien con quien compartir la carga. Antes estaba Sam. Pero ahora Sam era otra carga, una que merecía la pena salvar a toda costa. 
La colmena durmiente no les puso problema alguno. Las calles estaban tan limpias y seguras como cabía esperar. Todas las casas tenían energía, aunque Zach sabía de buena tinta que pocas eran las que pagaban tributo por ella a la Corporación más que lo que se llamaba “cifra fantasma”, un pago anual para mantenimiento de servicio, con lo que la Corporación no perdía tiempo para investigar si cada mes se les compraba a ellos o a otros la energía. Con esa suma de la Colmena, ya obtenían pingües beneficios. Y un resquicio de libertad y rebeldía siempre era agradecido por el pueblo. 
—¿Puedo preguntar qué hace con esas gafas? —rompió el silencio Zach. 
—Usted cubre su rastro a su manera, yo lo hago a la mía —respondió Christopher al tiempo que se levantaba las gafas y se frotaba los ojos—. Además, la luz de los CoDos es difícil de filtrar con estas gafas. 
—Hay demasiados, ¿no cree? —dijo Sheridan deteniéndose a admirar uno. 
—Depende de si usted considera que hay demasiado oxígeno —replicó Maugé—. ¿Sabe el motivo real de su creación? 
—Desde luego la deforestación masiva del 2018 no fue. —Tocó el investigador uno de ellos al pasar y este se iluminó con un fulgor verdoso tan tenue como pacificador—. Reconozco que como excusa no era mala. La Corporación supo venderla y, lo que es más importante, consolidarla. Talas furtivas. Enfermedades nuevas y extrañas que anidaban en los árboles… Fue una campaña bastante convincente la que presentaron. Reconozco que me la creí. Pero por aquel entonces tampoco estaba muy seguro de dónde tenía la cara. 
—Estoy seguro de que ahora ya tiene indicios de dónde se encuentra —rió Christopher—. La verdad estaba en los árboles mismos. El caos social y la inversión masiva de la Corporación para tomar el mando, siempre como consultora y apoyo financiero independiente de casi todo el mundo, la dejó enormemente mermada económicamente. Así que se inventaron la estafa del siglo: los árboles. 
—No me joda… 
—Se dedicaron a segarlos, a crear aserraderos repletos de droides taladores. Y empezaron el expolio mientras los gobiernos eran forzados a mirar a otro lado. 
—¿Y qué hicieron con la madera? ¿Qué construyeron? 
—Nada en absoluto. La guardaron. 
El gesto de Zach cambió. Sabía por dónde quería ir Christopher. Y no podía creerlo de cuán sencillo pero eficaz era. 
—Hijos de… ¿Me está diciendo que nos dejaron sin árboles… para convertirlos en un artículo de lujo? 
Christopher asintió apesadumbrado al tiempo que se detenía él mismo en un inmenso CoDos que tenía ante sí. Simulaba a un robusto roble, sólo que en él todo era silicio. Todo era mentira. 
—De repente la madera, la vida vegetal y la naturaleza pasó a pertenecerles. La convirtieron en un bien privado. Y la gente picó. Los que pudieron compraron. Los que se vieron en la necesidad vendieron. Y luego inventaron este sustituto que todo el mundo acabó adquiriendo. Y todo ese dinero fue a parar a la Corporación una vez más. Algo tan sencillo como un árbol dio la victoria a algo tan complejo como la Corporación. 
Entonces Christopher rebuscó en el panel de energía del CoDos, lo abrió con una maestría hija de la experiencia y manipuló algo en su control táctil. De pronto el árbol comenzó a brillar, a crecer, a generar cada vez más ramas en un proceso que consumía enormemente sus reservas de energía. El espectáculo fue impresionante, como si la naturaleza hubiese vuelto a reclamar su lugar. Hasta que, súbitamente, se apagó con un potente zumbido. Las células de energía se habían quemado. Y el CoDos había muerto. 
—¿Cómo ha hecho eso? —le preguntó a Christopher al tiempo que, de las ventanas, comenzaban a surgir pequeños bots volantes con las cámaras domésticas de las IAs de los vecinos. 
—Ya ni se asoman a ver qué pasa… Sólo ven a través de ojos que no existen —dijo al aire el científico antes de clavar una mirada furibunda en Zach—. ¿Que cómo lo he hecho? Fui yo quien ayudó a crearlos creyendo que con esto salvaría al mundo. Y lo que hice fue apuñalarlo cada vez más hondo. Pero necesitaba el dinero… Necesitaba financiación para lo que estaba por venir. 
—¿Para el Síndrome de Maugé? 
—Para Némesis. —La palabra casi se ahogó en sus labios—. Será mejor que nos vayamos… Pronto habrá aquí algo más que curiosos. 
—Vamos por allí —le indicó Zach acelerando el paso y torciendo a su derecha en la primera callejuela—. Por suerte no estamos lejos de nuestro destino. 



Esto es una muestra. Podremos acabar de leer el capítulo en cuanto se publique la novela MEMORIAS DEL PORVENIR, que próximamente saldrá a la venta para recaudar fondos en beneficio de la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA. Disculpa las molestias. Gracias por tu comprensión.

8 comentarios:

  1. Uff vaya tela, no sé por donde empezar. Es un capítulo excelente, no sólo avanza en la trama sino que zanja temas pendientes y los que se quedan abiertos se envuelven de un misterio muy atractivo para el lector. Es un capítulo intenso, no sobra ni una coma, en cada párrafo hay algo interesante. Y la escena final es brutal, aunque confieso que en la lectura de la primera versión la entendí mal, ahora lo tengo más claro. Felicidades David, eres un crack.

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    1. Por cierto, no he podido evitar recordar el guardamuebles del Ochocinco cuando he leído la descripción de la habitación de Sam con las paredes llenas de dibujos de diferentes estilos.

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  2. Ya me ha matado al Torres... mecachis... con la de personajes malos y odiosos que hay y va y se carga al pobre sargento... Aún así me ha encantado el capítulo, sobre todo, la parte final donde hay verdadera acción, como a mí me gusta.

    Felicidades, David.

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  3. David, al fin he leído la versión definitiva... y debo decirte, ahora con todas las de la ley, que me encanta tu capítulo. Y es sorprendente para mí cómo tras leer ciertos pasajes que nunca cambiaron (o cambiaron muy poco) desde el primer borrador, puedo seguir profundizando en sus significados y encontrando más complejidad de la que había encontrado en las anteriores lecturas. Para darte un ejemplo concreto de esto, cada vez que leo la explicación asociada a los árboles CoDos logro comprender más la transformación social que estos suscitaron y tu inteligencia al crear algo tan épico desde algo tan aparentemente inocuo. Diría, entonces que esa es una de las cosas que más me encantan de tu capítulo. Pienso que por encima de toda la acción y agilidad que tiene, que es mucha y me encanta, es un capítulo altamente reflexivo, como se supone debe serlo la buena ciencia ficción. Ver los cambios tecnológicos y científicos de una población ficticia, la evolución de un mundo parecido al nuestro, hace que podamos mirarnos a nosotros mismos, proyectivamente con más facilidad. Y creo que tu capítulo logra todo eso con creces. Por eso, entre mis escenas favoritas está la ya mencionada de los árboles CoDos, la de la catedral ecuménica, la de la explicación aproximada y esquiva de la mente nido y la memoria genética, entre otras. Y si a eso le sumamos tu maestría para incluir tecnologías muy complejas y bien justificadas con la naturalidad con que hoy es posible escribir sobre comer manzanas, diría que tenemos en manos una pieza maestra, que dará una vuelta de tuerca al resto de la novela. Creo, en definitiva, que tu capítulo es un taller de literatura de ciencia ficción, y que será de mucho provecho para los escritores que venimos después de ti. ¡Enhorabuena por escribir tan genial capítulo y, además, por hacerlo en tan poco tiempo! Un abrazo.

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  4. Uff, esto sí que es intensidad (y densidad). Ya son ganas de ponérselo difícil al siguiente (je, je). Ya me olía a mí que el sargento Torres estaba destinado al sacrificio.
    El final del capítulo, de un dinamismo genial gracias a los diálogos, las frases breves y la casi ausencia de narrador, es perfecto. Como diría al mismísimo Sr. Burns, "excelente".

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  5. Llego mas tarde de lo normal a leer la novela esta vez, pero me has dejado O.O! Impactante, lleno de escenas y acción, enhorabuena por este pedazo de trabajo crack!!
    P.D.: Coincido con Olga, ains el pobre del Torres, con lo que me gustaba...T.T

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  6. Te pido disculpas por este comentario tan tardío... ¿Qué se le puede decir a un maestro de la ciencia ficción? Pues que eres un genio ,que me ha encantado tu capítulo, me enganchó desde la primera línea. Teniendo en cuenta las circunstancias en las que lo tuviste que escribir corroboras aún más tu categoría de genio de las letras, eres un crack David. Me ha gustado muchísimo que el personaje de Caroline haya... resucitado. Tu capítulo tienes todos los ingredientes para gustar a los más diversos paladares. Has creado un plato exquisito y de una calidad envidiable (envidia sana eh?). Gracias David!!Un abrazo!

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  7. Si Montse te pide disculpas por el comentario tan tardío, yo no sé ni qué decirte. Además, me empieza a pasar contigo que, como me dejas sin palabras con cada nuevo texto tuyo que leo, se me repiten y se me agolpan las mismas sesaciones.
    Diría que ya te lo he comentado alguna vez pero vuelvo. En síntesis, tus textos son siempre algo contundente. Me estoy refiriendo a los aspectos de contenido y también a los estructurales. Y has vuelto a hacerlo. A dar el puñetazo en la mesa. ¡Eh, aquí está el capítulo de David Gambero! Haciendo un símil facilón, pareces haber levantado una presa de paredes sólidas capaz de contener tras de sí un buen montón de hectómetros cúbicos de tramas en penumbra y expansión, de acrónimos que representaban proyectos que no terminábamos de conocer. Ahora, todo en paz y ni una fisura. Sabemos de Némesis. El agua está en calma. Has sabido dar continuidad al reto que venían planteando los autores previos. Y cómo. Qué fácil parece cuando tú lo haces, Dave. Felicidades.

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