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sábado, 23 de febrero de 2013

CRÓNICA 1. OCUPAS DE GUARDAMUEBLES

CRÓNICA 1. OCUPAS DE GUARDAMUEBLES por Elena Pastor

Ilustración de Mayte Álvarez Cordero

Cuando llegó a su mesa había tres nuevos expedientes abiertos en su HLScreen. Tres nuevas caras flotando en el éter. Tres nuevos misterios. Roland no llegó a tocar su silla cuando su Incom requirió su atención. 
—Agente Campbell… 
—¿Los tienes delante Ron? —preguntó una voz al otro lado. 
Era Preston. Del departamento de vivienda. Un grano en el culo necesario. 
—Burt Conrad, Remy Lamard y… —Roland hubo de acercarse un poco más a la pantalla para leer mejor el nombre— ¿Chad Ochocinco? Oye, ¿no te estarás quedando conmigo, verdad? 
—No. Y este último es el más interesante. Además, tiene un nombre fácil de recordar.
Roland sonrió. Recordar. Ese parecía ser el problema que le acuciaba los últimos tiempos. Eso y la proliferación de “Ocupas de Guardamuebles”, como los llamaba él. Una extraña combinación. Un extraño caso. Su caso. 

—Houston… Cherburgo… —empezó a leer el lugar donde se había encontrado a esas personas— … y como no, el Ochocinco es de aquí y necesitas que te lo quite de encima.
—No… Para eso tengo la unidad de embargos que es, precisamente, a la que le he dado la dirección equivocada cuando me han pedido el registro de ese guardamuebles esta mañana y me he encontrado, previo bio-scanner, con el señor Ochocinco. Ahora mueve tu canijo culo hasta aquí o te quedas sin preguntas que hacer. 
Preston tenía razón. También tenía un motivo para estar involucrado personalmente en aquel caso tan estrafalario. Su hermana se había convertido en una Ocupa de Guardamuebles hacía un año. Sin razón o motivo aparente un día desapareció, dejó su casa, amigos, trabajo y se recluyó en el interior de un minúsculo contenedor de menos de diez metros cuadrados. El problema es que cuando la encontraron algún idiota había tapado la salida del aire del mismo y se había asfixiado. Aquello, junto con varios casos similares, habían creado una alarma social que la Red se encargó de sepultar por el bien de sus ciudadanos. Filtros de tranquilidad le llamaban. En otros tiempos eso era censura. 
Pero era tiempo de preguntas y por eso se personó cuanto antes en el guardamuebles donde le esperaba un Preston con una sonrisa cortada a cuchillo. 
—Tienes veinte minutos —le urgió Preston. 
—¿Qué contenedor es? 
—Lo encontrarás por el olor —le comunicó este mirando de reojo a su izquierda— .Por lo que a mí respecta no he estado aquí. No he hablado contigo y diablos, si alguien te pregunta, di que no me conoces pero que mi nombre suena como el de un tipo atractivo. 
—¿Incluso si me pregunta un tío? 
—Especialmente si te pregunta un tiarrón —Preston le guiñó el ojo dándole una amistosa palmadita en el hombro al investigador. 
Roland asintió haciéndose cargo y se dirigió a la dirección que este le había indicado. El viento le trajo un olor ácimo proveniente del doscientos ocho. Suspiró hondo, sacó el InCom del departamento y pasó rápidamente la palma de su mano sobre él. Al momento una imagen holográfica se proyectó desde la pantalla. Era un pequeño chimpancé con un lápiz en la oreja que le miraba con curiosidad. 
—Grábalo todo —le dijo al animalillo que asintió. 
Hizo que el mono le saltase al hombro y se dispuso a molestar al inquilino. La ID policial le granjeó el acceso, aunque en el instante que la puerta se deslizó hacia arriba a Roland se le saltaron las lágrimas del hedor que dominaba aquel lugar. Se llevó las manos a la boca mientras el mono comenzó a brillar con una luz fosforescente combatiendo las tinieblas que reinaban en el interior. 
—¿Es ya la hora? —preguntó una voz ronca desde el interior. 
En contra de lo que le indicaba el sentido común, Roland, se adentró en el minúsculo espacio y descubrió que este había sido tomado por un sinfín de fotografías y papeles que decoraban cada rincón del lugar, techo incluido. Rostros anodinos se mezclaban con dibujos que bien podrían haber sido hechos por un niño de cinco años. Extraños y complejos diagramas con palabras garabateadas. El mono comenzó a mirar en todas direcciones registrándolo todo mientras él centraba su atención en el hombre que tenía ante sí. La cuarentena la debía haber superado hacía tiempo aunque, por su aspecto, era únicamente una suposición ya que una espesa barba entrecana y un largo pelo rizado y descuidado le ocultaban el rostro. Unos ojos azules y febriles le escudriñaban mientras unas manos cuarteadas y de dedos finos no hacían más que dibujar figuras invisibles en su pecho. Caucásico y de complexión esquelética el hombre se le acercó arrastrando la pierna derecha. Se le colocó a un palmo y escrutó al investigador con un ojo entrecerrado. 
—No está en la pared. 
—No. Porque estoy aquí delante —señaló lo evidente el investigador— .Mi nombre es Roland Campbell. Pertenezco al departamento de… 
—Si no está en la pared no importa —le interrumpió el Ochocinco ignorándolo. 
—Señor… —dijo Campbell sin saber de que otra manera mejor llamarle— .Dentro de nada vendrán unos caballeros mucho menos amables que yo a desalojarle de aquí por impago. 
—He olvidado pagar… —musitó Ochocinco entre dientes— .He olvidado pagar… Olvido. No hago más que olvidar cosas. 
Corrió a un rincón, cogió un papel arrugado del suelo y se lo mostró a Roland. Era un dibujo de un saco con el símbolo del dólar. 
—¡El dinero no estaba en la pared! —le gritó casi fuera de sí señalándose la cabeza con la otra mano— .Si no está en la pared no está aquí. 
Campbell bajó la mirada descubriendo la inmensa cantidad de papeles. Allí había de todo menos un sentido. Sin embargo se aventuró a esbozar una hipótesis. 
—¿Tiene idea de lo que es un elefante? 
—No —contestó Ochocinco rápidamente— .Si ya no está en la pared no lo recuerdo. ¿Es importante?
—Solo si le embiste —dijo para sí el investigador que estaba pisando la foto de un elefante— . ¿Me está diciendo que no recuerda lo que es un elefante? 
El hombre se llevó las manos a la cabeza y se tiró de los cabellos con fuerza y desesperación.
—Un elefante… Marina… —corrió hacia la pared que tenía frente a sí y tomó una foto de una niña pelirroja sonriente bajo el que estaba escrito el nombre de la misma— .A Marina le gustaban los elefantes… Pero los elefantes se pueden ir. Marina no. Marina se queda. Marina sigue en la pared. 
Roland miró el resto de fotos que había en la pared. Descubrió una de un tipo que tenía pinta de médico. Con su bata blanca en la que lucía el anagrama MS y una expresión hosca en su rostro.
—¿Qué me dice de este? 
Ochocinco se quedó mirándolo la foto atentamente y con mano temblorosa la tomó en sus manos, hizo una bola con la misma y la tiró a un rincón. Roland la perdió de vista pero había podido leer perfectamente el hombre que había escrito en la misma: Jan Stein.
—Ya no está… Ayer estaba en la pared. Hoy no está. 
Aquello comenzaba a cobrar un sentido extraño cuando tres enorme figuras se recortaron tras el investigador. 
—Departamento de embargos —se identificó el primero dando un rápido paso en dirección al Ochocinco— .Venimos a llevarnos todo lo de este contenedor. 
Roland sacó el Incom e hizo un rápido escaneo ante la imponente figura que tenía ante sí. Erik Anderson. Todo parecía en orden. Lo que no parecía para nada en su sitio es que hubiese cogido al pobre Ochocinco del brazo y lo arrastrase fuera del contenedor.
—¡Eh! —le gritó al hombre el investigador— ¿Sé puede saber qué están haciendo? 
Un segundo desconocido se interpuso en el camino de Roland y, justo en ese momento, su Incom se puso a vibrar. No hizo ni ademán de cogerlo cuando el mono etéreo de su hombro comenzó a hablar con la desagradable voz de su jefe. 
—¡Roland! —bramó— .Dígame que no está en un contenedor denunciado por embargos a sanidad.
—Estoy en mitad de una investigación jefe… 
—Me da igual. Saque su culo de ahí de inmediato. Es una orden. ¿Entendido?
Anonadado salió del contenedor que los hombres se apresuraron a cerrar a cal y canto mientras introducían a un dócil Ochocinco en el interior de una furgoneta médica. 
—¿Dónde se lo llevan? 
—¿Para qué quiere saberlo? —le contestó con un pregunta el tal Anderson.
—Es un sospechoso de una investigación en curso y aún necesito hacerle algunas preguntas.
—¡Las paredes! —gritaba Ochocinco desde la furgoneta desesperado— ¡No me dejen sin ellas! ¡Está todo ahí! ¡Sin ellas no soy nada! 
Los vio alejarse dejándole con preguntas sin responder y unas cuantas más por formular. Entonces Roland miró de reojo al mono y le pidió que le enseñara la foto de aquel tal Stein y la que acababa de tomar de Anderson. No se parecían en nada. Sus complexiones eran como la noche y el día. En la mirada de uno había inteligencia y en la del otro supervivencia. Pero sí que había algo común y extraño en ambos. Unas pequeñas MS en sus vestimentas. Un hilo del que tirar.

1 comentario:

  1. Enhorabuena a las dos. Una gran historia Elena con un personaje genial, en un ambiente caótico dignos de aparecer en una serie de la HBO. Y estupenda ilustración de Mayte, que le da vida a la historia con su colorido.

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