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viernes, 8 de marzo de 2013

EL PENÚLTIMO ESCALÓN

Hoy os traemos un texto muy especial. Se trata de una ficción cargada de biografía. De una reflexión sobre las muescas con que nos va marcando el paso del tiempo; una mirada romántica y serena sobre las relaciones humanas, una oda a las bondades e infiernos de la soledad y, quizá, además, sea un mensaje al aire: la felicidad sobre todo, la felicidad pese a todo.

Su autor, Vicenç Guillen Núñez, amigo de Mundo Marfan Latino y, desde ahora, amigo de todos nosotros, lo presenta así:
“Esto es algo que escribí en un momento de desfallecimiento. La verdad es que estaba muy bajo de moral y muy mal de salud. Las cosas han cambiado respecto a la moral pero no a la salud, jejejeje… Me tomo la vida de otra manera porque no me queda otro remedio. El escrito es una fábula, un cuento de un momento de mi vida pero que puede ser realidad.” 

Queremos agradecer tanto a Vicenç como a los responsables de Mundo Marfan Latino su generosidad y apoyo al proyecto.

Os dejamos con el texto de Vicenç. Esperamos que os guste tanto como a nosotros.


El penúltimo escalón

Estoy sentado al pie de las escaleras del porche, en el penúltimo escalón. Deben ser alrededor de las seis de la mañana. Aunque es verano, hace fresco, pero no me importa, porque se está bien.

No sé porqué siempre miro hacia el cielo, mirando las formas caprichosas de las nubes. Quizás intento ver si hoy lloverá o hará Sol, Miro alrededor; árboles, flores, tierra, montañas, mariposas que vuelan sin un rumbo definido. Pájaros llamativos que revolotean sin saber a donde, pero parece que se lo pasan bien.

Me veo solo… muy solo, pero a la vez me siento feliz.

A veces, estar solo ayuda a comprender muchas cosas. A encontrarse a uno mismo. Soy feliz aquí, y también sería feliz en una estación de trenes viendo el ir y venir de la gente, aunque lo de menos es la gente. Lo que me gustan son los trenes.

 Me veo solo… muy solo, pero me siento feliz.

Alrededor de la casa hay infinidad de caminos que parecen no acabarse nunca. Los hay escarpados, y otros que son finas alfombras de pequeñas hojas que caen de los árboles. Los hay amplios, y otros en los que, mientras caminas, topas continuamente con las ramas de los árboles, o con las hojas de los matorrales que crecen alrededor.

Uno de los caminos te lleva justo al lado del mar. Es bonito mirar el mar. Te sientes tan pequeño cuando ves aquella inmensidad de agua. Desde lo alto del cerro, hasta llegar a las rocas, habrá cincuenta metros o más, pero es impresionante la vista que hay.

Me veo solo… muy solo, pero soy feliz.

Ellas vienen corriendo y gritando. Siempre con la alegría en sus rostros. No paran, quieren más y más. 
Les gusta que les explique cosas pero… no me dejan terminar nunca. Siempre tienen algo que decir.  Me hacen reír mucho.

Cualquier bicho que corra por el suelo les llama la atención. Intento explicar de qué tipo de bicho se trata, aunque a veces no tengo ni idea.

Quieren ir a un lugar u otro. Pero yo quiero quedarme allí … viendo el mar, viendo el cielo, contemplando los pájaros… y ellas se van corriendo y riendo.

Me veo solo… muy solo. Pero estoy contento y feliz.

Las fuerzas me están abandonando. Ya no puedo llevar el ritmo de antes. El camino que lleva hacia el mar cada vez parece más largo.

Ahora no me siento en aquella roca porque me duelen los huesos y el dolor en la espalda es insoportable.

Bajar por el camino parece fácil, aunque es escarpado, pero volver… volver es un calvario. Es cuesta arriba y las piernas no responden como antes. Es como si me metieran unas peso en las piernas para impedir que camine. Llego, si… pero lo hago agotado. Muy agotado.

Me veo solo… muy solo. Pero estoy contento.

Ella es una máquina. Siempre ha sido una máquina. Es puro nervio y no para. Luchadora hasta el límite. Le gusta descubrir cosas nuevas y conocer cosas por descubrir. Es la persona que nunca… nunca me ha visto como los demás. No era ese chico “largo y delgado”.

En su momento yo era algo así como un príncipe azul. Encontraba soluciones para todo. La ayudaba en todo lo que podía. Pero al casarnos la cosa cambió.

Empezaba muy pronto el trabajo y regresaba muy tarde. Ella estaba sola en casa pero siempre estaba la madre… o la hermana o… Siempre había alguien.

Un día, me encontré muy mal. Cogí una gripe muy, muy grande, y acabé en la cama con cuarenta de fiebre. El médico vio que había algo más que una gripe y resultó que estaba enfermo del corazón… muy enfermo. Tanto es así que me tuvieron que operar.

Me veo solo… muy solo. Pero feliz.

Ella estaba embarazada de cinco meses pero cada día cogía mi querido tren desde Tarragona e iba a verme al hospital en Barcelona. Es una maquina… una maquina fuerte y nerviosa. Capaz de llevarse por delante todo lo que se le presente.

Desde entonces ha sido un calvario de operaciones de una cosa u otra.

Las fuerzas cada vez son más escasas. Quizás es normal o quizás no, pero es así. Ella está enferma, pero continúa. Tiene fuerza, tiene espíritu, tiene empuje, tiene sangre, tripas, rabia…

Yo le enseñaba las cosas de la naturaleza. Le enseñé como es la vida. La confortaba cuando no se encontraba bien. La llevaba aquí… allí. Salíamos, bailábamos. La preparaba para fiestas sorpresa y hacíamos de todo.

Ahora no puedo…

No tengo fuerzas. Me canso. Estoy agotado. Las piernas no responden. No puedo luchar porque dicen que no… y cuando dicen que no, es que no.

No hago nada…

No puedo hacer nada.

Seguramente un día bajaré aquel camino que me lleva al mar y lo veré con toda su belleza. El cielo estará inmenso y los pájaros estarán volando como nunca los habré visto. Pero yo ya no subiré el camino. Tendré que esperar a que ellas vengan para decirles que me ayuden a subir, e irán a avisar a “ella”… vendrán todos y me dejarán en el penúltimo escalón del porche contemplando la forma de las nubes… Quizás hoy lloverá.

Me veo solo… muy solo.

No hago nada.

No puedo hacer nada…

Soy feliz pero… no estoy contento.


1 comentario:

  1. Muchas gracias, Vicenç, por hacernos llegar un testimonio tan personal. Sí, ya sé que es una ficción, pero seguro que bebe de ti, de tus vivencias. Por eso, hay que reconocerte el valor y la generosidad de ponelo al alcance de todos. Así pues, por eso y por la sensibilidad con que escribes, muchas gracias.

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